Solo un infame como este delincuente australiano, prófugo internacional  por variadas aberraciones, puede tener la osadía de lanzar tan furibunda expresión contra un país como el Ecuador, que aún cuando pequeño en términos geográficos, es un gigante en recursos naturales, excelente por su especie, paradigma de mujeres y hombres inteligentes y cultos, ejemplo de lo bueno y honesto que han demostrado los que hicieron un culto a la ley y a las buenas costumbres, por lo que tan solo un espécimen  aquejado por algún agudo síndrome fisiológico se permitiría ofender  tan grave e irresponsablemente a un Estado que tiene como uno de sus emblemas haber combatido reciamente a los piratas desde la época de la colonia.

Más, debemos reconocer que la culpa de la afrenta no es exclusiva del ingrato, ya que es compartida por las autoridades que han permitido el vejamen internacional, porque no satisfechos con ser el primero y único país en ofrecerle asilo (recordemos al vicecanciller de la “revolución ciudadana” que en Noviembre del 2.010 mencionó: “Estamos abiertos a darle residencia en Ecuador sin ningún tipo de problema, sin ningún tipo de condicionamiento”), ahora permiten que un indeseable como Assange denigre la buena reputación de que gozaba nuestro país seis años atrás, para ahora ser mancillada por un vocinglero, que talvés deba sentirse a tono con quienes le otorgan padrinazgo, aunados por esas ansias irrefrenables de hacer noticias a toda costa, inclusive maltratando la soberanía ecuatoriana que le corresponde al pueblo y que no aceptará jamás la imposición de monarquías absolutas o a devotos del nazi fascismo, siendo así que no consentimos  las frases despectivas utilizadas por un aventurero extranjero e indeseable, sino que también pedimos cuentas sobre la actitud inerte de quienes como autoridades estarían obligados a reclamar por la ofensa y expulsar al paria del refugio concedido.