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Crónica
Cierre de casinos deja a cientos sin empleo

Sólo escuchar que se queda sin trabajo la hace llorar. Me mira y sus ojos se mojan. Prefiere callar, el silencio es un freno a las lágrimas.

Sábado 17 Marzo 2012 | 00:00

Hablar de trabajo para ella es hablar de sus tres “cachorras”. María hace seis años es padre y madre para sus niñas, una de ellas con capacidades especiales.
En el Casino Fantasy del hotel Oro Verde trabaja desde hace cuatro años y dos meses. El sueldo básico, comisiones y las horas extras que gana le alcanzan para mantener a su familia.
“Con eso vivo y sobrevivo. Diosito me  lo hace parir y me alcanza”, dice mientras se alista para ir a sus últimas horas de trabajo.
Con esa frase regresa la María Briones fuerte. Me confiesa que no cree en el amor, que nunca ha estado suficientemente enamorada y que espera conseguir trabajo rápido.
María tiene 32 años.  Se casó a los 15, tal vez por inmadurez, se excusa.
Propuestas de amor no le faltan, incluso clientes del casino, pero son hombres casados. No le interesan.
 
 LAS PEQUEÑAS. Dayana, de 14 años, Gemita de 13 y Mayeli de 10 son las niñas. Ellas son todo para María.
Las aconseja y les pide que siempre confíen en ella. Las tres dicen que sí a la vez y sonríen mientras María les da un tajada de sandía antes de ir a trabajar.
Es jueves, al medio día. Esa noche será la última vez que use ese pantalón negro apretado, la blusa blanca estilo colegial y ese chaleco brilloso que tanto le gustaba a ella y a las niñas.
El rostro otra vez se le nubla cuando nos despedimos. “Espero que alguien me de trabajo rápido, en Manta hay empresarios buenos, y creo que nos ayudarán a todos los que saldremos de los casinos”, dice con seguridad.
 
QUIERE ESTUDIAR. Ella sólo terminó el Bachillerato y quedarse sin empleo la ha hecho recapacitar sobre sus estudios. Aspira ingresar a la universidad y trabajar a la vez, ahora que las “cachorras” están grandes.
Le gusta Derecho y Administración. Si consigue trabajo y no le dan tiempo para estudiar, seguirá trabajando, pues necesita mantener a su familia.
Cuando llego al casino el jueves, a las 22h00, María ya tiene más de tres kilómetros recorridos. El ir y venir con bocaditos, colas y agua mineral para los clientes no la cansan.
Durante cuatro horas las 70 máquinas están llenas. Todos quieren exprimir al máximo el último día.
A las 02h00 los clientes comienzan a decir “falta poco para quemar al viejo”, en relación a la cuenta regresiva que se hace el 31 de diciembre.
 
EL MOMENTO FINAL. Los apostadores de la ruleta se juegan todo. César Delgado es el más seguro de sí. Cada 10 minutos saca 100 dólares para cambiarlos por fichas, que se gasta en una ronda.
Son las 3. "Última ronda" advierte la encargada de la ruleta. Esto es histórico, dicen los jugadores. “Juro que no vengo más a jugar”, dice un bromista.
Ninguno de los jugadores se oponen a que los graben para la televisión y les tomen fotografías para los diarios.
Apuestan todo. No se guardan nada. La bola da 21 vueltas aproximadamente sobre la ruleta y todos miran queriendo llevarla con los ojos al número apostado. La ruleta para y la bola entra al casillero 8. César Delgado que no había tenido una buena noche sonríe. Recuperó algo de lo perdido, le había apostado al 8. Es el fin. 
María Briones no aparece más con su charol. 
Creo que necesita un "77777", que como en las máquinas tragamonedas es una figura que hace ganar, pero nunca se sabe si llegará. <
 
LA ÚLTIMA NOCHE DE APUESTAS
 
Queda media hora y Olga Delgado de Basurto quiere exprimir la máquina. Cada toque al botón que da vuelta a las imágenes es más rápido. Su mano parece que lo hace por instinto.
 
Va perdiendo y no quiere que la última noche le quede un sabor amargo.
“Es un juego que nos entretiene, nada más. No se deberían cerrar estos locales”, dice sin desconcentrarse de la pantalla de luces que reflejan brillo en su rostro moreno.
 
 la abuela del casino. 90 inviernos no son nada para Lida Holguín. Esta señora, junto a sus dos hijas, han ido esta semana todos los días al casino. Querían despedirse bien.
Lida no se aflige porque de vez en cuando sus hijos la llevan a Nueva York y allá juega en el Atlantic City, un gigante casino donde se necesitan hasta mapas para no perderse.
Mientras está en Manta tendrá que entretenerse con los chismes y novelas de la televisión. 
“El presidente está equivocado”, dice segura.
Sus hijas, que la acompañan, tampoco creen que sea necesaria una medida tan drástica.
 
 PERDIÓ 5 MIL EN UNA NOCHE. “Con la misma cara que entro, salgo”, dice mientras se despide de esos amigos que no son amigos. Allí, entre empujones para apostar los conoció y allí se despidió.
Él ha perdido 5 mil dólares en una noche. 
Pero una vez también se ganó un carro en este casino y otra vez ganó 5 mil dólares en la ruleta.
No se queja cuando pierde, porque sabe a lo que va.
César Delgado es comerciante de pescado y en su familia nadie le reprocha porque juega. Se considera bastante responsable, porque dice saber hasta cuánto puede apostar.
 
 YA HAY ILEGALES. Franklin Palacios, gerente del Casino Fantasy, dice que desde que se anunció el cierre de los establecimientos él advirtió que la ilegalidad iba a aparecer.
El jueves en la noche ya se repartían en Manta tarjetas de un local ilegal que invitaba a la “gran inauguración” de un club de juegos recreativos con máquinas tragamonedas y póquer. El local queda en Portoviejo y no ponía dirección, sólo dos número de celular. <
 
Se jugó hasta el final
 
Mientras en Quito y Guayaquil el cierre de casinos se hizo la madrugada de ayer, en Manta dos casinos atendieron hasta anoche.
El decreto ejecutivo que disponía el cierre de casinos en el país establecía como máximo las 00h00 de ayer.
Por eso los casinos del Rey y del Mar atendieron hasta las 23h45 aproximadamente.
Jéssica Vélez, de 48 años, aprovechaba para jugar hasta el último momento.
Ella cree que la decisión no es justa, porque “a los casinos va la gente que quiere, nadie los obliga”, dice mientras sigue jugando.
Alguna vez ella ganó 600 dólares y otra vez perdió 400. No le importa, porque para ella las máquinas tragamonedas son su única diversión. 
Jéssica sufre de depresión y la emoción del juego es su terapia. Juega hasta 3 veces a la semana. No se considera viciosa.
Félix Álava (foto), quien jugaba en la máquina de al lado, dice que a él le da igual. “Aunque esto es peor que la droga. Con la droga tu completas en algún momento y con las máquinas nunca, porque siempre quieres seguir jugando”, advierte.
Ramiro Saldarriaga, jefe de marketing del Casino del Mar del hotel Howard Johnson, señala que 75 personas de manera directa y 300 de forma indirecta fueron afectadas en este establecimiento.
Allí los inversionistas esperan crear un nuevo negocio en el mismo local que alquilan al hotel Howard Johnson. <
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