La inseguridad debe ser combatida en todas sus formas, aplicando las medidas o estrategias preventivas, de inteligencia y también de represión, procedimiento éste que, lamentablemente, se hace indispensable en estos tiempos cuando el mal intenta apoderarse completamente de las personas mediante el terror.

Terror que siempre ha existido, hipócritamente disimulado, pero que en los últimos años ha salido de control por el desaforado avance del crimen, con todas sus consecuencias, para sacudir la mente de los habitantes honrados del territorio nacional, que miran,  apesadumbrados, cómo  la criminalidad se ha extendido de manos de la pobreza y la desocupación, factores que alientan a ese nuevo jinete de la Apocalipsis llamado corrupción.
Corrupción que ha permitido que las estrategias de vigilancia oficial, de combate a la degeneración, de aplicación de la justicia y de regeneración social se conviertan en las facilitadoras del esparcimiento del deshonor debido a la contaminación que afecta a las funciones del Estado.
Estado que, cual hidra mitológica, exhibe cabezas que no batallan unidas por un mismo fin, sino que pelean a dentelladas buscando hacerse daños entre ellas, trágica realidad nacional que se patentiza actualmente en el asombroso y no menos decepcionante enfrentamiento por la dirección de la Corte Constitucional, otro capítulo vergonzante que observa incómoda la nación y, con pena, el mundo.
Mundo que sigue con interés el desarrollo de los actos delictuosos en el país y mucho más la respuesta que da el gobierno al reto de aquella criminalidad que en Manabí tiene varias caras, entre ellas,  las más exhibidas: el narcotráfico, el sicariato, el secuestro,  la trata de blanca.
La trata de blanca como también el agiotaje, causal de hechos violentos que han terminado en asesinatos por la prevalencia de la concupiscencia sobre la humildad de procedimiento y el esfuerzo tesonero, características patrones de la superación basada en la honradez.         
Honradez de procedimiento que debe ser defendida con todas las fuerzas posibles, para que el pueblo sienta que no está abandonado. Y para ello el gobierno tiene que echar mano a todos los recursos a su alcance y dirigir todas sus energías a repeler el crimen. Pero ahora, antes que sea más tarde y que las cifras funestas sean graficadas con cuerpos acumulados en pilas sangrientas.
Sangrientas como en México, en donde ni la presencia de las tropas militares en las calles pueden lograr control. Por lo tanto, hay que detener esta escalada de violencia y para ello  empezar por mejorar el sistema que está en deuda con la nación, que es el de inteligencia, para que identifique personas, ocupaciones y lugares que hay que combatir.<v