“Por mi edad ya no me querían dar trabajo en las empresas, entonces decidí dedicarme a esto”, dijo  Lema, mientras empujaba su triciclo lleno de cebollas, pimientos y naranjillas y gritaba: “Lleve barato caserita”. Ese es su trabajo de todos los días. 

 Sin permiso de los municipales. Jonathan Sánchez, un adolescente de 16 años camina diariamente por las principales calles de la ciudad buscando clientes para sus hortalizas y huyendo de los policías municipales que según el “le hacen la vida de cuadritos” ya que no lo dejan parquearse a vender, pues los consideran ilegales.
Sánchez aseguró que muchas veces ha tenido que sobornarlos para que lo dejen trabajar y poder conseguir el dinero necesario para llevar a su casa.
“A algunos compañeros les han decomisado sus productos y se les han llevado el triciclo”, indicó Jonathan, alegando que la multa que sus amigos han pagado ha sido de 100 dólares para así poder recuperar sus pertenencias. 
A más de esto deben enfrentarse día a día con el peligro que corren en las calles. Pues deben lidiar con antisociales que les roban al paso, así como con los conductores de los vehículos que les insultan diciendo que “estorban en la calle”.

 Verduras a domicilio. Precios bajos, peso justo y sin salir de casa son las ventajas que ofrecen los tricicleros y camionetas que se dedican a recorrer los barrios de la ciudad con el fin de vender sus productos. Pedro Tite, comerciante, lleva 10 años en el negocio y dijo que esta forma de vender le gusta a la gente porque le evita salir por un solo producto.