Para los países que no las cazan, las ballenas que llegan hasta sus costas tienen un valor que no se mide en toneladas de carne sino en millones de turistas y en miles de millones de dólares.
El año pasado, más de 13 millones de curiosos las observaron en 119 países, generando 2 000 millones de dólares, informó el jueves el ministro australiano de Ecología, Peter Garret, ante la Comisión Ballenera Internacional (CBI) reunida en Agadir (suroeste de Marruecos) hasta el viernes.
Este organismo fundado en 1946 para regular la caza de ballenas es también el único que administra las poblaciones de estos grandes cetáceos.
Desde hace 14 años, creó un grupo de trabajo científico dedicado al “whale watching” u “observación de las ballenas”, actividad turística en plena expansión que permite admirar a las ballenas desde un barco.
Según el primer estudio sobre este tema, realizado por el Fisheries Center de la Universidad de Columbia Británica (Canadá), la observación de las ballenas -llamada eufemísticamente por la CBI “explotación no letal de las ballenas” - podría generar 3 000 millones de dólares anuales y 24 000 empleos en el mundo.
América Latina es muy activa en la CBI: la observación de las ballenas, en aumento de más de 11% anual desde fines de los años 1990, tres veces más que el promedio mundial, representa 278 millones de dólares y atrae a un millón y medio de aficionados.
“En la Península Valdés (Patagonia argentina), más de 200.000 turistas vienen a ver las ballenas entre junio y diciembre”, explicó Roxana Schteinbarg, directora del Instituto de Conservación de Ballenas de Buenos Aires. “No hay necesidad de matarlas para sacarles provecho”.
La mayoría de los países de la región, agregó, adoptaron reglas de observación. Para hacerse oír, un centenar de operadores latinoamericanos y del Caribe presentaron, por iniciativa de Argentina, una declaración a la CBI reclamando que se mantenga la moratoria para la caza comercial, el respeto de los santuarios balleneros y la creación de un nuevo santuario en el Atlántico Sur.
En Nueva Zelanda, de donde se zarpa para ver las ballenas azules y los cachalotes, “produce más de 80 millones de dólares”, indicó Karena Lyons, miembro de la delegación. “Esto garantiza un beneficio máximo para las comunidades locales y un impacto mínimo para las ballenas”.
El jueves, la Comisión dio su autorización para un plan estratégico quinquenal para la observación de las ballenas, cuyo objetivo será encuadrar el desarrollo de esta actividad y reducir los impactos sobre los cetáceos.
“El plan quinquenal, estimó Vincent Ridoux, experto francés del comité científico de la CBI, debe permitir evaluar las molestias provocadas en los diferentes sitios y los impactos del cúmulo de estas molestias”.
También debe ayudar a los pequeños Estados a equiparse en las mejores condiciones posibles. En el Caribe, la República Dominicana, con 25 000 turistas embarcados por temporada, es la mejor situada.
Los Estados del Pacífico también son grandes solicitantes y más de una decena de ellos crearon santuarios balleneros.
“Esto podría ser una actividad multimillonaria”, estimó Sue Taei, del Pew Environment Group de Samoa. “Pero en Fiyi no hay observación de ballenas y en Tonga, los barcos hacen cola porque no hay suficientes cetáceos debido a la caza ilegal e intensiva dirigida por los rusos”.