Cada domingo, sin falta, Jhon Botia Miranda enseña sobre Dios, pero también sobre respeto y tolerancia.
Cada ocho días, sagradamente, abre las puertas de su comunidad (en la localidad de Chapinero, en Bogotá) para recibir a quienes se sienten señalados y defender una premisa clave en su vida: cada persona se gobierna a sí misma.
John es pastor cristiano. Es la cabeza de la Iglesia Colombiana Metodista de Bogotá. Y es abiertamente gay.
“El cristianismo se volvió una lista de chequeo en la que les dicen a las personas: ‘no tomes, no fumes, no tires, no te vistas’. Lo que queremos es dar la libertad que Jesús dio”, aseguró.
La asunción
Nunca pensó en convertirse en pastor. Siempre, desde pequeño, se imaginó construyendo casas, ayudando a recolectar agua, colaborando con las personas. Lo que quería era dedicarse a las misiones.
Jhon nació el 1 de julio de 1989. Aunque su madre era de tradición católica y romana, a los 13 se unió a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los mormones), “mientras buscaba un hogar espiritual que me permitiera crecer y vivir mi fe”.
En el 2007, con menos de 20 años y con su espíritu aventurero a flor de piel, se trasladó a Bogotá. Seguía yendo a la Iglesia mormona, no obstante, nació en él un choque teológico fuerte: “Son muy conservadores y yo tenía una lucha interna complicada”.
Se empezó a cuestionar: ¿era el único gay que creía en Dios? Pero no se quedó en eso, buscó soluciones: creó un grupo de cristianos que se reunían en su casa y hablaban de sus vidas.
“Dentro de ellos había un amigo, que es mi pareja actual, quien conocía a más cristianos gays. Comenzamos a hablar con varios y uno asistía a la Iglesia Metodista y me invitó”.
De entrada, el nombre le sonó raro. Se imaginó a mujeres con faldas largas y a hombres con la Biblia debajo del brazo todo el tiempo. Se mesuró cuando le dijeron que eran inclusivos y que querían forjar diálogos honestos.
“La primera vez que fui, llegué de corbata y con mi morral de escritura. Me sorprendí cuando los vi en jeans, con tenis, todos relajados. ¡El que desentonaba era yo!”.
Tenía 26 años (2015) y decidió dejar el Movimiento Mormón para entrar en el Metodista: se terminó de convencer después de ver el trabajo social que se allí se hacía (y se hace).
Dos años después de su llegada, recibió la Cena del Señor, que es un momento de compartir, de reunirse, “como cuando los católicos comen la hostia, sin todas esas implicaciones teológicas”.
Se demoró todo ese tiempo porque se sentía pecador por su condición sexual, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que Dios “me amaba increíblemente”.
Con el tiempo y viendo su compromiso con la Iglesia, el pastor del momento lo invitó a unas capacitaciones. Por motivos laborales, ese líder fue trasladado y a Jhon lo llamó el obispo metodista. Le dijo que consideraban su nombre para ocupar la vacante.
El 18 de enero del 2018, hace ya un año y 8 meses, se convirtió en el primer pastor gay dentro de la Iglesia Metodista en Colombia y Latinoamérica.
A nivel general, “no soy el único, pues iniciativas como La Puerta, la Iglesia Casa Padre o el Ministerio Afírmanos han ordenado pastores de la comunidad LGBTI. Además hay muchos otros pastores y sacerdotes que no salen del closet”.
Jhon tiene una vida como la de cualquier otro: “No leo la Biblia todo el tiempo”. Así como tiene momentos en los que visita a los miembros de su comunidad, tiene otros en los que comparte con sus amigos, va al cine, se toma unas cervezas y sale por las noches.
“No me he casado con la institucionalidad y lo bonito de la Iglesia Metodista es que pensamos y dejamos pensar. Dios nos llama en diferentes contextos”.
Su labor la alterna con sus estudios de licenciatura en teología y tiene un técnico en mercadeo y publicidad, que es la forma en la que genera sus ganancias personales.
Los obstáculos
Cuando lo consagraron como pastor, desde la Conferencia Episcopal dijeron que su nombramiento no era válido. El obispo metodista respondió que agradecía la preocupación, pero que eran una denominación independiente.
Otras iglesias cristianas los señalaron como la ‘iglesia de los maricas’, utilizando ese calificativo para disminuirlos. “Hay gente muy casada con lo que piensa y lo que cree que es verdad”.
Su posición fue hacer oídos sordos y seguir con su trabajo. “Para que digan que soy una abominación tienen que usar la razón y argumentos bíblico-teológicos demostrando qué se dijo, por qué se dijo, cuándo se dijo y la palabra en su lengua original qué significa”.
Con la comunidad también vivió otro proceso fuerte. Su llegada fue un ‘boom’ y, recordó, se empezaron a hacer comentarios: ‘¿Este man qué? ¿Será que nos mariquea a los niños?, ¿Será un anticristo? ¿estará esviado por el diablo? ¿es un pervertido?’.
De nuevo apeló a la calma y a hacer en vez de argumentar: se dedicó a ayudarles y servirles a los niños en sus temas escolares, y abrió espacios para las mujeres.
“Les cambió el chip. Los vecinos no vienen al culto, pero me respetan mucho. Se creó una relación basada en el respeto”.
Siente que lo más difícil de su labor es tener a todo el mundo contento, pues, comentó, a veces no entienden su teología, su práctica, que se basa en no juzgar y en ser un punto que ayuda a que todo se equilibre.
En contraparte, lo más satisfactorio para Jhon es ver la sonrisa, los ojos, de los feligreses y saber que encuentran a Dios, la paz y una verdadera liberación.
“Nuestro mensaje es el amor y el de un Dios que no es el que nos venden, sino uno amoroso, que es padre, madre, tío, tía, amigo, amiga, y está siempre abierto para reconfortar. No tenemos miedo de perder o que nos humillen y persigan, creemos es en la justicia social”.
La Iglesia
Se estableció en Colombia en 1996 y se proclamó como profética, ecuménica e inclusiva. Se denominó así porque se trabajaría con desplazados, desmovilizados, reinsertados, con todas las poblaciones marginalizadas, pero no pensaron que llegarían a tocar el tema de la población LGBTI.
La sede de Jhon queda en Bogotá. A eso se le añade una misión que realizan en la localidad de Suba.
El grupo de su iglesia es 25 personas oficiales (“y entre 2 y 3 personas nuevas cada domingo). De ellos, 18 son de la comunidad LGBTI, pero también asiste población indígena y afro, entre otros.
“No creemos en iglesias para homosexuales o para heterosexuales, creemos que hay iglesias para personas. Somos una comunidad de creyentes, no nos distinguimos por raza, género ni nivel socioeconómico. Nos reunimos los creyentes como una manera de fe”.
Los cultos son todos los domingos a las 10:30 a.m, con una duración de una hora y media. La versión de la Biblia que usan es la Nueva Traducción Viviente.
Viernes y sábados hacen otros servicios, como refuerzo escolar para niños y programas de recreación.
Hablan de Dios como una metáfora: sin sexo, sin color de piel y que se hace sentir de diferentes formas, ya sea por la música, por la contemplación, por símbolos.“Es el dador y dadora de vida y Jesús, su hijo, mi guía. ¡Yo adoro a ese tipo”.
En todo el país hay 30 iglesias y mil 500 feligreses. Las más grandes están en veredas, zonas apartadas del país, “porque llevamos salud y educación”.
La sede administrativa está en Medellín y tiene un modelo episcopal: lidera un obispo, le sigue una junta de presbíteros y después los pastores o ministros locales, quienes se agrupan en 4 zonas. Jhon pertenece a la zona Distrito Eje Cafetero.
“Quiero decirle a todas las personas de la población LGBTTTI+ que Dios los ama y que cuando lo conozcan o la conozcan van a sentir una liberación y amor profundo. No se den látigo, no se atormenten, no vayan a terapias de conversión. Acéptense”.