Brooklyn, 22 de agosto de 1972. El calor del verano apretaba y la rutina bancaria parecía desenvolverse como cualquier otra tarde. De pronto, tres hombres armados irrumpieron en una sucursal del Chase Manhattan Bank. El plan, torpe desde el inicio, no era el típico golpe delictivo: el líder, John Wojtowicz, un veterano de Vietnam con vida turbulenta, había decidido robar para financiar la cirugía de cambio de sexo de su pareja, Ernest Aron.
Lo que empezó como un atraco mal concebido derivó en un espectáculo mediático que paralizó a Nueva York y se convirtió en mito cultural. El guion parecía sencillo: entrar, tomar el dinero y huir antes de que alguien reaccionara. Pero nada salió según lo previsto. Apenas iniciada la operación, uno de los cómplices, Bobby Westenberg, huyó presa del pánico.
Peor aún: la bóveda del banco estaba casi vacía. Mientras Wojtowicz y su compañero restante intentaban controlar la situación, un empleado activó la alarma silenciosa. En minutos, la policía rodeó el edificio y los francotiradores del FBI tomaron posiciones.
El robo frustrado en Tardes de Perros
Lo que debió ser un robo relámpago se convirtió en una toma de rehenes que se extendió por más de 14 horas. Afuera, una multitud de dos mil personas se congregaba, vitoreando o abucheando al asaltante como si se tratara de un espectáculo callejero. Los medios no tardaron en transmitir en vivo, alimentando la sensación de estar ante un drama tan real como televisado.
En medio de la tensión, Wojtowicz se ganó la simpatía de los presentes. Pidió comida para los rehenes, pagó pizzas con fajos de billetes y llegó a lanzar dinero por la puerta principal, provocando gritos de euforia en la multitud. Su carisma contrastaba con la gravedad de la situación: un hombre armado, atrapado, rodeado y sin salida aparente.
La confesión que sacudió al público
En el transcurso de las negociaciones, Wojtowicz reveló lo que lo había llevado a ese callejón sin salida: necesitaba dinero para que su pareja, Ernest Aron, pudiera someterse a una cirugía de cambio de sexo. Ambos habían celebrado una boda simbólica un año antes, aunque John seguía casado legalmente con Carmen Bifulco, madre de sus dos hijos.
La revelación cayó como un rayo. En 1972, hablar abiertamente de identidad de género y orientación sexual era prácticamente un tabú. El atracador dejó de ser un simple criminal y se transformó en un personaje complejo, contradictorio, que enfrentaba a la sociedad con un amor que desafiaba las normas. Para algunos, fue un gesto romántico desesperado; para otros, una locura incomprensible.
Del asfalto al cine
Tres años después, Hollywood transformó la historia en arte. El director Sidney Lumet filmó Tarde de perros, con Al Pacino. La película se convirtió en un clásico del cine setentero.
Más allá del suspenso del atraco, la cinta rompió moldes al presentar un protagonista con humanidad, lejos de la caricatura y la condena habitual. Para muchos, fue la primera vez que un personaje homosexual era retratado en el cine comercial como un ser vulnerable, movido por amor y contradicciones.
Un hombre entre la leyenda y la marginalidad
Wojtowicz cumplió solo cinco años de una condena de veinte. Al salir, volvió a vivir con su madre en Brooklyn. En un gesto casi cómico, solicitó empleo en la misma sucursal que había intentado robar, convencido de que nadie lo intentaría dos veces.
Su vida siguió marcada por excesos y contradicciones. Fue retratado años después en el documental The Dog (2013), donde habló abiertamente de su pasado militar, su militancia política, sus relaciones sentimentales y su adicción al sexo. Murió en 2006 de cáncer, dejando tras de sí una estela de fascinación y polémica.
Ícono de una época
El caso Wojtowicz condensó los dilemas de una década convulsa en Estados Unidos: los ecos del movimiento por los derechos civiles, la liberación sexual y la creciente visibilidad de la comunidad LGBT+. Lo que fue un crimen desesperado terminó convertido en un símbolo de resistencia marginal y, con el tiempo, en ícono pop.
Aquella tarde de agosto, John Wojtowicz no solo robó un banco; robó también la atención del mundo, abriendo una grieta en la manera en que la sociedad miraba el amor, la identidad y la rebeldía.