Cómo un tatuaje en Manta y una mujer en Kazajistán desafían las barreras del conocimiento

En 2011, desde Kazajistán, Alexandra Elbakyan creó Sci-Hub para liberar el conocimiento científico, desafiando a las grandes editoriales. A miles de kilómetros, en Manta, Ecuador, Juan Pablo Trampuz, un profesor universitario, se tatuó un cuervo con una llave en homenaje a esa revolución.
Una imagen del día en que Juan Pablo Trampuz se tatuó el cuervo en 2020, y de Alexandra Elbakyan, la fundadora de Sci-Hub.
Una imagen del día en que Juan Pablo Trampuz se tatuó el cuervo en 2020, y de Alexandra Elbakyan, la fundadora de Sci-Hub.
Una imagen del día en que Juan Pablo Trampuz se tatuó el cuervo en 2020, y de Alexandra Elbakyan, la fundadora de Sci-Hub.
Una imagen del día en que Juan Pablo Trampuz se tatuó el cuervo en 2020, y de Alexandra Elbakyan, la fundadora de Sci-Hub.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

Frente al Océano Pacífico, en Manta, un profesor universitario se tatuó en el brazo un cuervo posado sobre un libro, sosteniendo una llave en el pico. Era 2020. Ese tatuaje rendía homenaje a una historia que comenzó casi una década antes, a miles de kilómetros, en Almatý, Kazajistán, donde una joven creó en secreto una herramienta digital para liberar el conocimiento científico.

Juan Pablo Trampuz y Alexandra Elbakyan no se conocen, pero sus historias convergen en una causa común: el acceso libre al saber. Durante su doctorado en Educación y Comunicación en una universidad española, Juan Pablo descubrió Sci-Hub. No era solo una página web; era una tabla de salvación. Los artículos científicos, con precios de entre 30 y 70 dólares por unidad, eran inalcanzables para él, no por falta de interés, sino por la realidad económica que enfrentan miles de investigadores en países menos desarrollados.

El conocimiento de acceso abierto

“¿Cómo es posible que el conocimiento, construido con fondos públicos y sin remuneración para sus autores, sea privatizado por grandes editoriales?”, se pregunta Juan Pablo. Su respuesta es tajante: no lo es. Desde entonces, decidió publicar únicamente en revistas de acceso abierto, convencido de que la ciencia debe ser un bien común, no un privilegio para quienes pueden pagar.

Todo comenzó con Alexandra Elbakyan, quien a los 12 años ya programaba en la web y a los 14 vulneró su red de internet por pura curiosidad. Estudió informática, trabajó en Alemania con tecnología cerebro-computadora y llegó a Estados Unidos para seguir aprendiendo. Pero se topó con un obstáculo: el alto costo de los artículos científicos. La frustración dio paso a la rebeldía. En 2011, desde su casa en Kazajistán, en Asia central, Alexandra creó Sci-Hub, un acto solitario y radical para abrir las puertas del conocimiento a quien lo necesitara, sin importar su ubicación o recursos económicos.

En poco tiempo, Sci-Hub se convirtió en una revolución subterránea. Millones de estudiantes, investigadores y curiosos, como Juan Pablo, encontraron en la plataforma lo que las editoriales les negaban. Pero las consecuencias no tardaron: demandas en tribunales estadounidenses, persecución por parte de grandes editoriales y una vida en la clandestinidad digital para Alexandra. A pesar de todo, ella sigue gestionando Sci-Hub sola, sin fines de lucro ni patrocinadores, movida por su convicción.

Los artículos disponibles

Con más de 85 millones de artículos disponibles, Sci-Hub ofrece acceso a investigaciones que suelen estar bloqueadas tras suscripciones que pueden superar los 4.000 dólares anuales. Para Juan Pablo, Alexandra no es una pirata, sino una heroína. Por eso, su tatuaje —un cuervo que simboliza la sabiduría y una llave que representa a Sci-Hub— es un gesto de pertenencia a una comunidad global que defiende la ciencia como un derecho universal.

Mientras las editoriales luchan por proteger sus ingresos, académicos como Juan Pablo se suman a una resistencia: publicar en acceso abierto, compartir conocimiento, divulgar. La historia de Sci-Hub ya no es solo la de Alexandra; es la de todos quienes, con un artículo o un clic, buscan cambiar las reglas del juego.

Una pregunta incómoda persiste: ¿es un delito liberar el conocimiento? Tal vez no sean los tribunales, sino las generaciones futuras, quienes respondan, cuando el acceso a la ciencia ya no requiera vulnerar sistemas. Y en ese futuro, quizás alguien recuerde a aquella joven kazaja con su teclado y a aquel profesor ecuatoriano con su tatuaje, como símbolos de una ciencia sin muros.

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