Rock hasta la médula: Armando y Pedro, los rockeros eternos de Manta

Armando Zambrano y Pedro Cedeño mantienen viva la pasión por el rock. siguen fieles a sus ídolos y a una actitud de inconformidad que define su vida.
Armando Zambrano y Pedro Cedeño se conocieron en el colegio y los une su pasión por el rock.
Armando Zambrano y Pedro Cedeño se conocieron en el colegio y los une su pasión por el rock.
Armando Zambrano y Pedro Cedeño se conocieron en el colegio y los une su pasión por el rock.
Armando Zambrano y Pedro Cedeño se conocieron en el colegio y los une su pasión por el rock.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

En una ciudad donde el reguetón retumba en cada esquina, dos nombres son parte de una llama que nunca se extinguió: Armando Zambrano y Pedro Cedeño. Son rockeros. No de los de pose ni camiseta de moda. Rockeros de corazón, de convicción, de aquellos que copiaban cassettes y grababan programas de rock de radio en horarios fantasmas. De los que crecieron con la guitarra eléctrica como himno y con las letras como refugio.

Ambos nacieron en Manta, una ciudad más cercana al mar que al metal. Allí donde el sol derrite cualquier intento de rebeldía sonora, ellos escucharon a Black Sabbath, AC/DC, Supertramp y Metallica, como si hubieran encontrado oro entre las olas.

El camino hasta llegar a su música

Armando, arquitecto y profesor universitario, recuerda que a los 10 años comenzó su travesía musical. “Mis tíos escuchaban de todo, pero un día encontré unos discos y se me metió el bicho. No entendía el inglés, pero las letras me empujaron a traducirlas. Mi papá nos inculcó la lectura, eso ayudó”.

Pedro llegó al rock gracias a un primo que venía de Estados Unidos y traía consigo discos de bandas con nombres tan extraños como poderosos. “Yo era más pop al inicio”, confiesa. “Supertramp, Bruce Springsteen, John Cougar. Pero después vino AC/DC, Easy Dizzy, y ya no hubo vuelta atrás”. Ambos se conocieron en el colegio San José, un nido en el corazón de Tarqui donde se hablaba más de películas y patines que de bandas pesadas. Allí, Pedro vio por primera vez a Armando con su camiseta de rock, jeans rotos y mirada de “yo no encajo aquí”.

Porque ser rockero en Manta no era fácil. “Nos veían raro”, recuerda Pedro que es un periodista. “En el colegio no te dejaban tener el pelo largo, y en casa te miraban como si trajeras el diablo adentro”. Armando incluso dibujaba figuras oscuras y algún cura llegó a visitarlo “para ver si había posesión o algo”, bromea. Pero más allá del estigma, la pasión crecía. “El rock es una insatisfacción constante”, dice Armando. “Siempre estás buscando algo nuevo. Nunca estás del todo contento”.

La cofradía del rock en Manta 

Esa rebeldía lo llevó a formar parte de “Raza Metal”, una especie de cofradía rockera local en los años 90. “Hicimos conciertos en la Plaza Cívica, éramos veinte pelagatos, pero para nosotros era como tocar en Woodstock”, recuerda Pedro.

Desde entonces, han visto pasar generaciones de rockeros, posers incluidos. “Un poser es el que escucha rock por moda, no por convicción. El rockero de verdad va a un concierto sin plata, a pie si es necesario. Se sabe los nombres de los músicos, las marcas de guitarras, el orden de los solos”, dice Armando.

Ambos lamentan la falta de nuevas leyendas. “Las bandas de hoy no tienen el mismo peso emocional”, dice Pedro. “Hay talento, sí, pero falta alma”. Y aunque el streaming ha democratizado el acceso a la música, también ha diluido el valor de descubrir algo nuevo. “Antes conseguir un cassette era una odisea. Ahora tienes todo, pero parece que no significa nada”. Armando dice que sí hay bandas modernas que pelean por ese rock que a él le gusta, una de sus favoritas es Disturbed.

Sus ídolos no mueren

Cuando se les pregunta si lloraron la muerte de algún ídolo, no dudan. Pedro menciona a Ronnie James Dio, “la voz más increíble del rock, y el creador del saludo metalero con los cuernos”. Armando recuerda a Steve Grimmett, de Grim Reaper, a quien no pudo ver en vivo pese a que estuvo en Guayaquil antes de morir. No se enteró que estaba en el país. “Ver su foto en el periódico con la pierna amputada me golpeó. Fue como volver a tener 14 años en un segundo”.

Hoy, ambos siguen fieles a sus bandas: Metallica, Judas Priest, Iron Maiden. Siguen escuchando rock como si fuera la primera vez.  No necesitan más. “Ser rockero no es solo oír guitarras. Es una actitud ante la vida. Es saber que estás inconforme, que no encajas del todo, y que eso está bien”.

En Manta, donde el calor derrite todo menos la pasión, Armando y Pedro siguen siendo los guardianes de esa “inmensa minoría” de la que hablaba un viejo presentador de MTV. Y como buenos rockeros, no buscan reconocimiento. Les basta con un buen solo de guitarra, una letra que los sacuda y esa sensación eterna de que el rock, aunque no sea masivo, nunca muere. Solo se transforma. Como ellos.

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