Un creciente cuerpo de investigaciones en psicología revela por qué muchas personas tienden a dar consejos útiles a los demás, pero luego fallan al seguirlos ellas mismas. El fenómeno, ampliamente documentado en contextos personales y profesionales, responde a procesos cognitivos, emocionales y sociales que diferencian el juicio externo del juicio interno, y no necesariamente implica hipocresía o mala intención.
El fenómeno del “consejero incongruente”
La tendencia a aconsejar sin aplicar los mismos principios en la vida propia tiene nombre en psicología: disonancia entre el yo observador y el yo actor. De acuerdo con el profesor Daniel Effron, investigador en comportamiento moral de la Universidad de Londres, muchas personas pueden ver con claridad lo que otros deberían hacer porque observan la situación desde una perspectiva externa, sin los sesgos o emociones que interfieren en su propia toma de decisiones.
Este efecto se acentúa cuando el consejo se da en condiciones de calma o análisis racional, pero las decisiones personales suelen estar marcadas por la incertidumbre, el miedo o la presión emocional, lo que altera la conducta real.
Otro concepto clave es el “sesgo del actor-observador”, una teoría que sostiene que las personas tienden a atribuir sus propios errores a factores externos, mientras que los errores de otros se explican por sus características personales. Esto contribuye a que una persona sea muy clara al opinar sobre lo que alguien más debe hacer, pero no se aplique el mismo criterio a sí misma.
La validación del rol de “consejero”
Diversos estudios, como los publicados en la revista Psychological Science, sugieren que brindar consejos puede generar una sensación de competencia o autoridad en quien los da. En otras palabras, aconsejar activa mecanismos de autoestima y refuerza la percepción de control o sabiduría, aunque esa percepción no necesariamente refleje una práctica coherente.
En algunos contextos, como el liderazgo, la educación o incluso en relaciones de amistad, ofrecer consejos también puede ser una forma de validación social o afectiva, más que una expresión de experiencia personal.
Desde esta perspectiva, el acto de aconsejar no siempre exige coherencia conductual inmediata, sino que puede responder a valores, principios aspiracionales o conocimientos teóricos que no siempre están internalizados en el comportamiento cotidiano.
Contradicción entre conocimiento y acción
Uno de los aspectos más debatidos en psicología conductual es la llamada brecha entre el saber y el hacer. El psicólogo David Dunning, coautor del famoso “efecto Dunning-Kruger”, sostiene que saber qué es lo correcto no implica necesariamente poder hacerlo. Factores como hábitos, emociones, impulsos, contexto y autocontrol influyen en la conducta, incluso cuando una persona tiene claridad sobre lo que debería hacer.
Por ejemplo, una persona puede saber que es recomendable dormir ocho horas, evitar el estrés y mantener una dieta saludable. Sin embargo, no lo cumple en su rutina diaria. Sin embargo, puede recordárselo a un amigo como una recomendación lógica, sin asumir que su incumplimiento lo invalida como consejero.
¿Hipocresía o proceso humano natural?
Los expertos coinciden en que este fenómeno no debe confundirse con hipocresía deliberada. Esto porque en la mayoría de los casos no existe intención de engañar. En cambio, se trata de un mecanismo cognitivo natural que diferencia el juicio racional externo del impulso interno emocional, algo que ocurre a menudo sin plena conciencia.
La neurociencia ha identificado que áreas diferentes del cerebro se activan cuando tomamos decisiones para otros frente a cuando las tomamos para nosotros mismos. La corteza prefrontal dorsolateral, relacionada con la lógica y la planificación, se activa más cuando emitimos juicios para otros. En cambio, cuando decidimos sobre nuestra propia vida, hay mayor influencia del sistema límbico, donde residen las emociones.
Por qué dan consejos y no los aplican
Dar consejos sin seguirlos personalmente es una conducta común que obedece a procesos psicológicos complejos y naturales, como el sesgo del actor-observador, la búsqueda de validación y la brecha entre conocimiento y acción. Comprender estos mecanismos permite analizar el fenómeno con profundidad y sin juicios simplistas, reconociendo que el ser humano es capaz de saber qué hacer sin lograr siempre hacerlo.