El dolor del pueblo mantense por la muerte de su alcalde



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A Pedro Loor nadie lo podía consolar. Tenía la pena en el rostro, la lágrima fácil, el corazón roto y en sus manos un cartel con la foto del alcalde Agustín Intriago. Es que la muerte no tiene consuelo.

Llegó a las ocho de la mañana hasta los bajos del Municipio, él y su pena.

Por ratos se quedaba en silencio, levantaba el cartel; lloraba también en silencio esperando que llegara la carroza con el cuerpo del alcalde, decenas de personas también lo hacían, pero había algo en Pedro, algo que le impedía no llorar.

A su alrededor, en las calles, había cientos de personas vestidas de negro, había  un sol canicular que parecía quemar la piel, poderoso y refulgente; un sol que empujaba a la gente bajo los edificios, buscando las sombras.

A todos espantaba el sol, menos a Pedro, él seguía de pie esperando que llegara el ataúd, firme.

“No lo puedo creer. Me da mucha pena. No tengo palabras para decir lo que siento”, dice Pedro, y de los ojos le rebosan lágrimas.

No puede creer que lo hayan asesinado. Que el domingo en la tarde lo hayan baleado mientras recorría una obra. Es de no creerlo, comenta.  

Pedro, el amigo, el vecino de la parroquia Eloy Alfaro, quiere que investiguen el crimen.  

“Queremos saber quién lo hizo, era mi amigo. Yo lo quería mucho, como persona, como alcalde, y ahora se nos ha ido”, expresa Pedro.

A las diez y 20 minutos el féretro llegó al Municipio. Lo recibieron en medio de aplausos con una fila humana. La gente se llevaba las manos al rostro, algunos aún incrédulos no lo asimilaban.

Porque es que hace cuatro años, cuando ganó la alcaldía, llegó caminando, dándole la mano a la gente, abrazándolos, y hoy, en cambio, lo llevaban en hombros, dentro de un ataúd, con la bandera de Manta encima.

Pedro vio esa imagen y se quebró; apoyó su rostro en su pancarta y se soltó a llorar, lloraba fuerte, inconsolable, como un niño.  

Dolor por la muerte del alcalde

María Alonso dice que la muerte del alcalde le ha recordado la de su padre. Es lo mismo.
No puede dormir, apenas lo cree, es un sentimiento similar, de pena, de tristeza, de no saber qué mismo es lo que sucede.

María apenas habla, solo lo que le permite el llanto. La cara es pura pena, la mente puros recuerdos.

“Yo lo conocí de concejal, después como alcalde, estaba agradecida. La última vez que lo vi fue en El Espigón, alegre como siempre”, indica.

Es por eso que le parece irreal y siente un gran dolor; hasta ahora piensa que es una pesadilla, no un sueño, sino la peor de las pesadillas.

Francisco Santana llegó desde el sector La Gondi a decir adiós.

Dice que no viene a despedir a un alcalde, sino a un amigo.

Cuenta que es poco lo que puede decir, porque es que en estas cosas de la muerte y la tristeza a veces las palabras sobran.

Francisco trabajó con el padre del alcalde. Conoció a Agustín Intriago desde pequeño, luego lo vio convertirse en concejal.

Cuando estaban en grupo le decía “señor alcalde”, pero ya solos le llamaba “Agustín”, porque había confianza, sobre todo cariño.

“Es por eso que esta muerte no solamente le duele a uno, sino a toda la ciudad. Esta gente no sabe lo que ha hecho”, expresa.

El velorio del alcalde

Ya a las once y media, el cuerpo fue llevado al coliseo Lorgio Pinargote, ubicado en la vía a San Mateo. Allí le realizaron una capilla ardiente y una misa.

Hasta allá llegó Rufina. La llevó un amigo en un carro y ella caminó unos 100 metros para llegar al coliseo.
Dice que ayer tenía una cita con el alcalde en el Municipio.

Habían quedado de verse a las nueve de la mañana en su oficina.

Tenían que conversar de varias cosas; de los barrios, de la familia, de todo un poco, porque es que no era solo su alcalde, era su amigo, comenta.

Lastimosamente el alcalde no pudo llegar a la cita, pero Rufina lo fue a buscar al coliseo, a hablarle por última vez.

Ya adentro le cantaron, lo siguieron aplaudiendo, le dedicaron discursos y promesas.

Emotiva despedida

Rosita Saldarriaga, la esposa del alcalde, llegó al lugar con un chaleco antibalas. Se agachó y se fundió en un beso entre la bandera de Manta y el ataúd.

Al rato tomó el micrófono y dijo: “Hoy me arrancaron el alma sin piedad. Dejaron a dos niños sin el calor de su padre. Hoy le arrebataron el sueño a una familia, a una ciudad”.

Agradeció a la gente que acudió hasta el coliseo. Dijo que verlos allí la reconforta, le da refugio a su corazón.

Recordó que desde el primer momento su esposo entregó su vida por Manta, y pidió a Dios perdón para quienes le quitaron la vida al alcalde.

Eso sí, a la justicia le pidió no tener piedad. Lo exigió como esposa, en nombre de la madre del alcalde y de sus hijos.

Rosita siguió su discurso entre el llanto y el dolor.

Se despidió de su esposo y le dedicó unas palabras.

“Mi amor, bebito de mi corazón, aquí estoy para ti, para levantarme más fuerte, más valiente, para que tu legado siga; te amo y nos vemos muy prontito. Te amo, bebé”.

Luego se fue a sentar, destrozada, deshecha, con un chaleco antibalas que podría protegerla de las balas, pero no del daño que le han hecho a su corazón.

A las tres de la tarde el cuerpo del alcalde fue llevado hasta el camposanto Jardines del Edén, donde lo velarán hasta hoy a las 11 de la mañana. A esa hora será el sepelio.

Lo van a despedir en medio de la multitud, porque se permitirá el ingreso de todos. Quieren que la gente lo reciba como aquella vez cuando ganó la alcaldía.

Como ese día de mayo del 2019 cuando asumió el puesto y llegó con una mochila y los zapatos azules que hoy dejan una huella imborrable en Manta.



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