#16ATenemosMemoria

SEGUIMOS DE PIE

El dolor y las lágrimas siguen vivos. Sin embargo, entre los sobrevivientes hay mucha garra manaba para seguir de pie y volver a sonreír por los que ya no están.
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Eulalia Espinel

Edad - 45 años

Ciudad - Portoviejo

Como a muchos manabitas, a Eulalia le cambió la vida drásticamente tras el terremoto del 16 de abril pasado. Sin embargo, vive agradecida por la segunda oportunidad que, según dice, Dios le dio.


Por Ericka Sánchez

"¡AHORA TENGO MÁS!"

El terremoto del 16 de abril desmoronó dos décadas de esfuerzo de la familia Obando-Espinel. Pero cuando la tierra paró de moverse bajo sus pies, se contaron completos y sintieron confianza en su destino.

Las noches duras que pasaron en el antiguo aeropuerto Reales Tamarindos han quedado atrás: “Hoy hay que seguir adelante porque la vida es eso, continuar”.
En el albergue, en medio de la tristeza por el pasado y la angustia por el futuro, Eulalia fue tocada por la solidaridad de los quiteños. Le donaron cinco máquinas de coser que ubicó en un pequeño cuarto prestado. Hoy vive en un departamento de 40 metros cuadrados en El Guabito, en las afueras de Portoviejo y ha reiniciado su negocio de confecciones. “Estamos con vida, y eso es lo que importa; estamos juntos, tenemos una casa chiquita, pero, tenemos un techo sobre la cabeza. Eso nos ayuda a motivarnos”.
Eulalia volvió a empezar gracias a desconocidos o a los clientes habituales que tenía antes del terremoto. Se siente bendecida porque cada vez que empezaba a hacer el recuento de los daños, llegaba una donación, una visita, un nuevo interesado en su trabajo. “A pesar de que perdí la mayoría de mis cosas, no he parado, ni he pensado en reparar, ¡ya se perdió, ya se perdió! No hay vuelta atrás... Los clientes de todas maneras nos buscan y seguimos adelante”.
Se levanta cada mañana a las 06H00 para limpiar la casa y, a las 07h00, inicia la atención a sus clientes. Con una sonrisa maternal les toma las medidas, los mira probarse sus confecciones.
Los Obando Espinel sonríen con una gratitud a la vida que inspira a todos. “Si Dios me pusiera a medir, digo que ahora tengo más. Tengo menos cantidad de clientes y confecciones, pero lo aprecio más. Hago mis costuras yo. Antes, era quien organizaba, atendía a los clientes, tomaba las medidas pero había dejado de confeccionar. Empezar de nuevo, desde abajo, hace que lo disfrute porque ya había olvidado cómo era estar en la máquina”, cuenta Eulalia.
La mujer explica que volver a coser en el albergue, escuchando historias de familias rotas, le hizo entender la suerte que tuvo de sobrevivir, con su espíritu y sus habilidades intactas.


 


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