#16ATenemosMemoria

INSÓLITOS

En medio de la tragedia del 16A se difundieron hechos que conmovieron, provocaron lágrimas, admiración y hasta sonrisas. Las redes sociales fueron el medio para que el mundo conociera estas historias.

Por José Leonardo García

"Una noche de ángeles"

Muchos testimonios, cientos tal vez, hablan de que la noche del 16 de abril hubo ángeles que ayudaron a las personas a salvarse del terremoto.
A simple vista eran personas normales, de carne y hueso, sin aureolas ni túnicas. Pero se convirtieron en héroes anónimos en la tragedia y en una especie de ángeles terrenales. Estos son dos relatos contados por sus protagonistas. Uno ocurrió en Portoviejo y el otro en Manta.

María López estaba en el cuarto piso del hospital Rodríguez Zambrano, de Manta. Cuidaba a su tía Margarita, su madrina de bautizo, que descansaba de una dolencia. De pronto, sintió que el edificio convulsionaba. Veía caer partes del cielo raso. Decidida tomó a su tía de la mano. “Madrina, ayúdeme, camine”, le pidió.
La señora apenas respondía. Se hallaba en un estado de letargo a consecuencia de los sedantes que le habían administrado.
María observaba cómo otras personas, sangrantes, corrían en busca de la salida. Las camas se movían de un lado hacia otro. Los objetos rodaban por el piso. Salieron hacia la escalera de emergencia, que da hacia la parte exterior del edificio.
Con mucha decisión y nada de miedo, dio los primeros pasos para bajar, sin soltar la mano de su tía a pesar de la confusión.
Un joven de unos veinte años, acompañado de un niño, se ofreció a ayudarla. Tomó en brazos a Margarita y la bajó hacia el tercer piso.
“Ojalá hubiera una silla de ruedas para bajarla mejor”, dijo el joven, según el relato de María.
Y, como si lo hubieran pedido, en el descanso del tercer piso estaba una silla de ruedas.
“Esa silla no vale”, les gritó una de las tantas personas que también bajaban, apresuradas, en su afán de escapar del desastre.
Entre el desconocido joven y María colocaron a Margarita en la silla y la bajaron por los tres pisos restantes hasta llegar al piso.
Conmocionada por lo que había ocurrido, María abrazó a su madrina. Luego buscó con la mirada al joven y al niño para agradecerles. Ya no estaban. No los vio más.
Miró hacia arriba. El edificio estaba a oscuras. Casi todo. Solamente había luz en el cuarto piso.
Cuando José, el esposo de Margarita, las encontró a ambas, notó que la silla de ruedas tenía rota una parte del espaldar. Era verdad que no servía.

A 35 kilómetros de allí, en Portoviejo, un taxista al que llamaremos Jorge, conducía por la calle Francisco de Paula Moreira, a la altura del hotel Emperador. Se dirigía hacia la calle Chile. No llevaba pasajeros.
Avanzó unos metros más y lo sorprendió el terremoto. Vio colapsar el edificio del almacén Mariner y cómo caían los postes y cables.
“Era un infierno. Eso fue lo que vi”, contó poco después a un pasajero que resultó ser un periodista.
Temeroso, estacionó el taxi frente al coliseo Eloy Alfaro y se decidió a ir a pie hasta su casa, en la calle Espejo.
Corrió por la Chile y antes de llegar a la altura de almacén Tía un motociclista se paró junto a él.
No sabe por qué lo escogió a él para ayudarlo.
“Sube, que yo te llevo”, le dijo.
Jorge no lo conocía. Le agradeció y le respondió que iría a pie hasta su casa.
“No. Ven, sube, que yo te llevo hasta tu casa”, insistió el motociclista.
Jorge aceptó la invitación. El desconocido lo llevó hasta su casa, esquivando cables, postes, escombros, gente que corría para ir en busca de los suyos.
Llegaron a su casa. La familia de Jorge estaba en la calle, al igual que los vecinos.
El taxista se bajó, agradeció al motociclista y se reunió con su esposa e hijos.
Al día siguiente, mientras cada uno recordaba lo que había pasado, Jorge les preguntó a sus familiares si conocían al motociclista.
Nadie supo quién era ni cómo había podido llevarlo a su casa, sano y salvo.