Se dice que Willian Pacho es el primer ecuatoriano en ganar una Champions League, y aunque la frase es cierta, merece contexto. Muchos sudamericanos han levantado el trofeo de clubes más importante del mundo, pero la mayoría provienen de Brasil o Argentina.
Por eso, cuando un futbolista de otro país de la región logra algo así, la historia cobra otra dimensión. Jugadores como Luis Suárez con el Barcelona en 2015 o Keylor Navas, que la ganó tres veces con el Real Madrid, son excepciones que confirman la regla. Son muy pocos los campeones sudamericanos que no nacieron en Argentina o Brasil.
Quienes amamos el fútbol desde pequeños sabemos que basta con oír el himno de la Champions —ese majestuoso arreglo de Tony Britten basado en una obra de Georg
Friedrich Händel llamada Zadok the Priest, uno de los himnos de coronación— para soñar con «la Orejona».
Pacho coloca al fútbol ecuatoriano en el mundo
Estos días que pasé en Múnich cubriendo la final me hicieron comprender que lo que se vive en la cancha va mucho más allá de lo que se percibe por televisión. Más de 60 mil hinchas de cada equipo llegaron a la ciudad, muchos con la ilusión de conseguir una entrada —a precios que iban desde los 1.000 hasta los 5.000 dólares— para cantar junto a un amigo, un hermano o su papá, alentando a su club con el corazón.
Escuché historias, supersticiones, promesas. Vi a personas que sacrificaron tiempo, dinero y hasta lógica por estar presentes. Porque solo quien ama el fútbol puede entender esa locura hermosa que se vive en los metros, en los restaurantes, en los bares. Múnich vibraba entera con la final.
Mi equipo no jugaba esa noche, pero en la cancha estaba un ecuatoriano. Uno que, con humildad, al terminar el partido declaró que ese título era el resultado de trabajo y
perseverancia. Que no se olvidaba de quienes lo ayudaron a llegar hasta allí. Y que agradecía a todos los ecuatorianos por su apoyo.
En un torneo históricamente dominado por europeos y por sudamericanos como argentinos y brasileros, ver a un ecuatoriano alzando la copa emociona. No por nacionalismo vacío, sino porque representa lo que puede lograr alguien que trabaja en silencio, cree en sí mismo y no olvida sus raíces.
Pacho ya escribió su página en la historia. Ojalá sepamos leerla.
Leonardo Galarza. (37).