#16ATenemosMemoria

SEGUIMOS DE PIE

El dolor y las lágrimas siguen vivos. Sin embargo, entre los sobrevivientes hay mucha garra manaba para seguir de pie y volver a sonreír por los que ya no están.
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Manuel Gómez

Edad - 48 años

Ciudad - Manta

La noche del terremoto estaba al volante de un bus interprovincial, con la incertidumbre de saber cómo estaba su familia. Ahora lucha por levantar su negocio, en una tierra que lo acogió hace 30 años.


Por Kimberly Vera

TRES DÉCADAS DE RECUERDOS BAJOS LOS ESCOMBROS

Manuel Gómez, de 48 años, llegó a Manabí hace 18 años desde su natal Tulcán.

En esta provincia construyó una vida junto a su esposa Laura y criaron a cinco hijos, de ahora 22, 20, 18, 14 y 9 años.
Gracias a sus primeros trabajos como vendedor ambulante y, posteriormente, como conductor de buses interprovinciales pudo sacarlos adeltante. “Esta tierra da de todo. Aquí la gente vivía de vender pescado, de vender queso, de vender dulces en los buses”, dice con una sonrisa.
La noche del terremoto, Manuel viajaba de Quito a Manta, al volante de un bus de la cooperativa Carlos Alberto Aray. La tierra empezó a sacudirse cerca de Rocafuerte. “Nos hicieron desviarnos por un puente estrecho de Charapotó. Pensé que el puente no resistiría el peso de un bus con 35 pasajeros, pero sí lo hizo”, rememora.
Cuando llegó a su casa en el barrio Costa Azul, abrazó a su familia y agradeció porque estaban a salvo. Pero tres décadas de recuerdos habían quedado bajo escombros.
Su esposa, que ayudaba al presupuesto familiar con un negocio de venta de zapatos, se abrazó a él con incertidumbre cuando hicieron el primer inventario tras el terremoto: cinco mil dólares de pérdida. “Vendíamos entre 50 y 100 dólares al día y ahora todo lo que había alrededor era ruinas, muerte y tristeza. Nadie daba créditos, muchos se fueron para siempre”, se lamenta.
A un año de ese abril de desesperanza, Manuel y Laura han vuelto a emprender. Están en una zona comercial a la que recientemente se le habilitó agua y alcantarillado. “No hay muchos compradores, casi siempre porque nadie sabe dónde queda nada. Nosotros tuvimos que vender un terreno que teníamos aquí en Manta para volver a empezar”, explica.
En este espacio conocido como Nuevo Tarqui, en la avenida Cultura y la calle 24 de Mayo, no hay mucha actividad pero las ganas de recomenzar sobran: la carretilla de prensados sigue su marcha, los vendedores de ropa cruzan la avenida con armadores sobre la espalda. Manuel orienta a los turistas que buscan el encebollado que solía estar en la misma esquina donde ahora él oferta zapatos.
Sabe que su rutina no volverá a ser la misma pero está “acostumbrado a empezar de nuevo”, según dice.
En Manta, Manuel echó raíces que resisten cualquier sacudida.