El corazón de Manabí hoy llora. Extrañamos la luz, una que se ha apagado, dejando un vacío que nos oprime el pecho: la luz de Douglas Vaca Vera. Se ha ido nuestro “Manabita Mayor”, y con él, una parte esencial de nuestra alma.
Douglas no era solo un nombre; era un susurro de la historia, una voz que resonaba en cada rincón de nuestra provincia. Lo veíamos en las aulas, donde sus palabras se convertían en semillas de conocimiento. Lo escuchábamos en la radio, cuando su voz nos guiaba por los senderos del folklore manabita, por las vidas de nuestros héroes, por el latido de nuestra gente. Era el periodista incansable, el editorialista que ponía su pluma al servicio de la verdad y de la identidad.
Pero su mayor legado, el que hoy nos abraza con un consuelo amargo, es su Teoría del Manabitismo. Para Douglas, ser manabita no era solo nacer en esta tierra; era llevarla en la sangre, en la risa, en el sudor. Era sentir el sol quemando la piel en los campos, escuchar el murmullo del mar, comprender la fuerza silenciosa de nuestros ancestros. Él nos enseñó que el Manabitismo era la esencia de nuestra resiliencia, la chispa de nuestra creatividad, la calidez de nuestra hospitalidad. No era un concepto frío, sino un latido constante, un pulso vital que nos unía a todos.
Recuerdo sus palabras, impregnadas de un amor tan puro por Manabí. Cuando hablaba de “El Sol de Oro es manabita”, no era una mera descripción; era una oda a la grandeza oculta de nuestras culturas aborígenes. Nos mostró que la chala no era solo una hoja, sino el abrazo de la tierra; que cada rincón de nuestra provincia guardaba una historia, un canto, una verdad.
Douglas nos invitó a mirarnos al espejo, no para buscar reflejos ajenos, sino para reconocernos en la piel curtida de nuestros agricultores, en las manos hábiles de nuestros artesanos, en la mirada franca de nuestros pescadores. Nos enseñó a amar nuestras raíces con una pasión indomable, a defender lo nuestro con la fuerza de un roble. Su voz, ahora en silencio, nos seguirá recordando que el valor está en ser auténticos.
Hoy, la nostalgia nos envuelve mientras el sol se despide en el horizonte manabita, tiñendo el cielo de naranjas y violetas, como si llorara su ausencia. Pero también hay una gratitud inmensa. Douglas Vaca Vera no ha desaparecido; se ha convertido en un eco eterno en el viento, en el murmullo del río, en el abrazo de la tierra. Su Manabitismo no es un recuerdo, es una herencia viva.
Descansa en paz, querido Douglas. Tu luz se ha transformado en estrellas que guían nuestro camino. ¡Hasta siempre, maestro!