Ecuador, por su ubicación privilegiada en el Pacífico, alberga ecosistemas marinos de enorme riqueza y diversidad. Desde las costas continentales hasta las islas Galápagos, el país concentra especies que sostienen la vida de comunidades enteras y que cumplen funciones vitales para el equilibrio ambiental. Sin embargo, esta riqueza está en riesgo. La fragilidad de los ecosistemas marinos exige atención inmediata y decisiones responsables, pues el abuso y la explotación sin control pueden generar daños irreversibles.
Uno de los retos más urgentes es respetar los ciclos de reproducción de las especies. La pesca indiscriminada, sin consideración de vedas ni tallas mínimas, amenaza la continuidad de recursos que garantizan la seguridad alimentaria de miles de familias. No se trata de prohibir la pesca, sino de regularla con firmeza y responsabilidad. El mar ofrece sustento, pero requiere tiempo y condiciones para regenerarse. De ignorarse este principio, las poblaciones de peces y mariscos colapsarán, con consecuencias directas para las comunidades costeras y la economía nacional.
La protección del manglar es otro eje esencial. Este ecosistema cumple funciones únicas: es barrera natural contra inundaciones, retiene carbono y, sobre todo, es el hábitat de especies como conchas, cangrejos y peces juveniles que más tarde nutren a la pesca artesanal. En muchos cantones de Manabí, Esmeraldas, El Oro y Guayas, el manglar representa la despensa diaria de familias enteras. Destruirlo para dar paso a camaroneras ilegales, urbanizaciones o carreteras equivale a quitarles el futuro a esas comunidades.
La normativa ambiental ecuatoriana reconoce la importancia del manglar y de los ecosistemas marinos, pero su cumplimiento sigue siendo irregular. No basta con leyes bien redactadas: se requiere vigilancia efectiva, sanciones reales y, al mismo tiempo, educación ambiental que motive a pescadores, empresarios y consumidores a respetar las reglas. La protección de los ecosistemas marinos no es una obligación exclusiva del Estado; es una responsabilidad compartida.
Frente a la crisis climática, los océanos cumplen un rol irremplazable como reguladores del clima global. Cuidar los ecosistemas marinos en Ecuador no es solo un deber local, es una contribución al planeta. El país tiene la oportunidad de demostrar que desarrollo y conservación no son opuestos, sino caminos que pueden complementarse si se actúa con visión de futuro.
La fragilidad de los ecosistemas marinos nos recuerda que la riqueza no se mide únicamente en toneladas de pesca ni en hectáreas ocupadas, sino en la capacidad de mantener vivos los procesos naturales que sostienen a las especies y a las personas. Proteger el mar y el manglar es garantizar alimento, empleo y dignidad para las familias costeras. El desafío está en nuestras manos: actuar con responsabilidad hoy para no lamentar mañana la pérdida de un patrimonio que no tiene sustituto.