Una vez que concluyó la efervescencia de las elecciones, es necesario y urgente reflexionar sobre lo que vivimos actualmente.
Nuestro país está atravesando uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Las heridas abiertas por desastres naturales, como los últimos sismos e inundaciones, han dejado huellas profundas en la infraestructura vial, en las viviendas, afectando directamente la economía y dificultando el acceso a servicios esenciales. A esto se suma la creciente ola de violencia que mantiene a la población en un constante estado de temor. En medio de este panorama sombrío, es urgente levantar la mirada y comprender que solo con la unidad y el compromiso de todos los ecuatorianos podremos salir adelante.
No más odios y ambiciones desmedidas de poder. Los enfrentamientos políticos, las pugnas ideológicas y los intereses personales no pueden seguir marcando el rumbo del país. Hoy más que nunca, el país necesita que sus ciudadanos dejen de lado las diferencias y trabajen juntos por el bien común. La reconstrucción de un país no es tarea exclusiva del gobierno; es un deber compartido entre autoridades, empresarios, trabajadores, estudiantes, agricultores y cada uno de los que habitamos este territorio.
El desempleo golpea con fuerza a miles de familias que ven cada día con más desesperanza la falta de oportunidades que empuja a muchos jóvenes hacia caminos equivocados, mientras la delincuencia organizada gana terreno ante un Estado debilitado. No podemos seguir siendo espectadores pasivos ante esta realidad. Es hora de arrimar el hombro y actuar con responsabilidad, honestidad y solidaridad.
Cada pequeña acción cuenta. Desde el respeto por las normas, el apoyo a las economías locales, la denuncia ciudadana, hasta la participación activa en nuestras comunidades. Los cambios estructurales que requerimos deben partir de una transformación profunda en nuestra forma de pensar y actuar. No podemos esperar soluciones mágicas ni depender exclusivamente de quienes ostentan el poder. El verdadero cambio nace en la conciencia colectiva, en la voluntad de construir y no destruir.
La historia nos ha demostrado que los pueblos que se levantan unidos ante la adversidad son los que logran superarla. Somos un pueblo valiente, trabajador y resiliente. Somos herederos de una tierra rica en cultura, diversidad y valores. No podemos permitir que el miedo, el odio y el egoísmo sigan desgastando nuestro presente y comprometiendo nuestro futuro.