El 1 de octubre el mundo detiene su andar para recordar a un grupo humano que no necesita más etiquetas que la de su grandeza: las personas de la tercera edad.
Aquellos hombres y mujeres que han tejido la historia con sus manos y guardan en la memoria los secretos de un tiempo de raíces y caminos.
La vejez no es un ocaso, como a veces se piensa; es la plenitud de la vida, experiencias que nos marcan la ruta. Cada arruga es una batalla ganada, cada silencio una lección y cada mirada una ternura. Pero, ¿qué hacemos nosotros, sociedad apresurada, frente a quienes nos legaron todo? ¿Los reconocemos como protagonistas de nuestro presente o los relegamos a un rincón de olvido?
Este día nos recuerda que la tercera edad es un patrimonio vivo, un tesoro que merece cuidado y gratitud. No se trata solo de ofrecer atención médica, que es urgente y necesaria; hay que brindar compañía y espacios donde su voz sea tomada en cuenta. Se trata de combatir la soledad, esa enfermedad invisible que golpea fuerte.
Cuidar a los adultos mayores no es un favor, es un deber. Ellos nos enseñaron a caminar, a leer; ahora nos corresponde sostener sus pasos, leerles con paciencia las letras que se les escapan y dar nombre a las emociones que a veces se quedan sin palabras. El amor que demos hoy será el reflejo del amor que recibiremos mañana, porque el ciclo de la vida es justo y devuelve lo que sembramos.
En Ecuador, el número de personas mayores crece cada día. Es un desafío social, pero una oportunidad: la oportunidad de demostrar que el respeto y el progreso no significan olvidar, que el verdadero desarrollo se mide en la forma en que tratamos a quienes un día nos cuidaron.
La tercera edad es el faro que ilumina. Ellos son los guardianes de las historias, los consejeros silenciosos que, con una frase breve, pueden resolver lo que la tecnología aún no comprende: el arte de vivir con sentido. Que este día sea más que una fecha en el calendario; que sea un compromiso colectivo, un juramento íntimo de reconocer en cada adulto mayor no a un ser cansado, sino a un heredero del tiempo. Es honrar la vida misma.
Mientras escribo estas palabras, no olvido que yo misma muy pronto llegaré a esa etapa llamada tercera edad. Aspiro entonces a que se me mire con respeto, que se valore lo que aún puedo aportar y que no se me reduzca al silencio ni al olvido. Porque cada uno de nosotros camina hacia ese horizonte, y lo que hoy sembremos en el trato a nuestros mayores será la cosecha que recibiremos mañana.