Llegar a Estados Unidos no solo implica adaptarse al idioma y al trabajo. Para muchos migrantes ecuatorianos, la sorpresa comienza en la puerta del apartamento: los vecinos no saludan de la forma afectuosa a la que están acostumbrados, no conversan y rara vez se dejan conocer. Un contraste duro para quienes vienen de barrios donde la vida comunitaria es parte del día a día.
El silencio en los pasillos de los edificios con familias estadounidenses suele descolocar a los recién llegados. “En Ecuador siempre sabía cómo se llamaba mi vecino, quién tenía hijos y hasta con quién compartía el café”, comenta Maritza, una manabita que migró a Nueva Jersey en 2023. “Aquí, llevo más de un año y todavía no sé ni el nombre de la persona que vive frente a mi puerta” agrega.
Un nuevo código de convivencia para los ecuatorianos
Las estadísticas confirman que esta percepción no es exagerada. De acuerdo con un estudio de Pew Research Center (2025), solo el 26 % de los adultos en EE.UU. conocen a todos o la mayoría de sus vecinos. Otro 62 % apenas reconoce a algunos, mientras que un 12 % admite no conocer a ninguno.
A esto se suma la confianza. Apenas un 44 % de estadounidenses confía en la mayoría de quienes viven cerca, lo que evidencia un patrón de distanciamiento social que contrasta con el tejido comunitario de los barrios ecuatorianos, donde el saludo y la cercanía son costumbre.
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26 % de adultos en EE.UU. conocen a la mayoría de sus vecinos.
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62 % solo a algunos.
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12 % no conoce a ninguno.
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44 % confía en la mayoría de sus vecinos.
Historias de adaptación
El choque cultural se hace evidente en testimonios. Irene, una jubilada quiteña que vive en un edificio de Chicago, relató que durante la pandemia: “Una vez a la semana nos reunimos afuera, con café o vino, a distancia, y conversamos brevemente”. Ese pequeño esfuerzo, en medio del aislamiento, representaba un acto casi revolucionario de convivencia con sus vecinos ‘gringos’.
En contraste, en Quito o Portoviejo es común que los vecinos compartan comida, organicen mingas o presten sillas en una fiesta. Para los migrantes, la ausencia de estas dinámicas puede generar soledad e incluso afectar su salud emocional.
Arquitectura que separa a los vecinos
El diseño urbano también marca diferencias. Investigaciones internacionales demuestran que los edificios sin áreas comunes limitan los encuentros sociales. En EE.UU., los pasillos y ascensores rara vez se convierten en espacios de integración. Mientras que iniciativas como la llamada “stoop culture” (cultura del portal) intentan recuperar esa cercanía con actividades como comida comunitaria, intercambios de galletas y grupos de WhatsApp.
Los ecuatorianos que llegan a ciudades como Nueva York, Nueva Jersey o Miami descubren que, en vez de fiestas de barrio, deben buscar estrategias nuevas para crear comunidad. Entre ellas está compartir recetas en línea hasta organizar pequeñas reuniones con coterráneos en parques.
Para los migrantes, el silencio de los vecinos estadounidenses no solo es un detalle curioso. Representa el reto de reconstruir el sentido de comunidad en un entorno distante y reservado. La experiencia recuerda que, más allá de la nostalgia, la vida en EE.UU. exige reaprender la convivencia, inventando nuevos espacios de encuentro donde un saludo puede marcar la diferencia.