Un grupo de manabitas puso corazón para que todo saliera a la perfección durante la visita que el sumo pontífice realizó a Guayaquil, el 7 de julio de 2015. En el colegio Javier, donde el Papa visitó a su entrañable amigo, el padre Paquito (Francisco Cortés), compartió con la Comunidad jesuita en un encuentro que para los asistentes fue inolvidable.
Norma Fernández aún llora de emoción al recordar que un militar llegó buscando a alguien que planchara la sotana papal. “Le dije que yo podía hacerlo, le arranché la bolsa y salí corriendo”, cuenta la portovejense, que coordinó el recibimiento y almuerzo a Francisco en el plantel.
Rememora que “era un hábito grande y pesado, sin un hilo de oro, que tenía de especial que era de él, totalmente sencillo, como el Papa”. La sotana era grande, por lo que mientras la planchaba el militar la sostenía para que no tocara el piso. Luego, dice, la colocó en la cama, en la habitación del padre Fabricio Alaña, donde Francisco descansó antes de pasar al almuerzo.
“Mi orgullo más grande es haberle podido planchar la sotana; eso me marcó”, recalca Fernández.
Objetos sagrados y recuerdos del Papa Francisco que perduran
Es que la visita de Francisco al colegio Javier demandó preparativos desde tres meses antes. El padre Alaña, entonces rector del establecimiento, encargó la coordinación a Fernández, quien dice que en esa visita Portoviejo y Manabí se trasladaron a recibir al Papa. Recuerdos como rosarios y denarios hechos en tagua y los cubiertos que usó el pontífice fueron personalizados por Luis Moreira, de Trofeos L&M; Lida Quiroz de Valdiviezo hizo rosarios de colores; Agneli de García se encargó de la papelería y folletería encargada a Imprenta Ramírez y Servicopia.
Hubo otras manos manabitas, como María José y María Rita Guillén, hijas de Norma, quien muestra cada uno de los objetos de la visita papal que atesora en un espacio especial de su vivienda. Allí están el pañito con el que el sumo pontífice se secó las manos; la cuchara del postre y el tenedor de la entrada, la servilleta, el salero y el pimentero, la aceitera, estampas, rosarios y denarios, pastilleros, y hasta las figuras de los ángeles que llevó para adornar el lugar. Tampoco falta la ropa que se hicieron quienes estuvieron a cargo de la atención ese día.
Sabores manabitas para una mesa papal
Y Manabí también recibió al Papa con su comida, pues desde esta provincia llevaron la gallina criolla para el consomé que se sirvió, los chifles y otros alimentos. César Alarcón y Antonio Mirabá (†), chefs del hotel San Marcos y del hotel Ceibo Real, en su orden, estuvieron a cargo de la preparación de la comida que el Papa compartió con los jesuitas.
Alarcón recuerda que “hasta las gallinas fueron seleccionadas desde Manabí”, y “el Papa comió de todo, se terminó el consomé, pero prefirió los oritos (guineos) como postre porque necesitaba potasio”.
Un gesto de humildad que lo dijo todo
Al final, cuando no lo esperaban, el Papa Francisco pidió agradecer a quienes le habían servido y se dirigió a la cocina. “Fue increíble recibir su bendición. Más allá de lo sublime de Su Santidad, descubrimos un ser humano muy sensible, muy identificado con la gente. Fue un momento de confianza y camaradería, hasta hizo bromas, no hubo un entorno rígido”, dice Alarcón.
“Sin arrogancia, me atrevo a decir que ha sido lo mejor de mi carrera como chef”, añade, emocionado.
Por Tatiana Hoppe.