El ritmo acelerado de la vida moderna, la presión laboral, las responsabilidades familiares y la incertidumbre económica han convertido al estrés en un acompañante cotidiano para millones de personas. Más allá de la tensión emocional que genera, surge una pregunta frecuente: ¿el estrés engorda o es solo un mito? Los especialistas coinciden en que la respuesta no es tan simple, pero la relación entre ambos factores existe y se manifiesta de diferentes formas en el organismo.
El papel del cortisol: la hormona del estrés
Cuando una persona enfrenta una situación estresante, el cuerpo libera cortisol, una hormona que prepara al organismo para reaccionar. En exceso, el cortisol puede alterar el metabolismo, aumentar el apetito y favorecer la acumulación de grasa abdominal. Según la revista Obesity Reviews, los niveles elevados y sostenidos de esta hormona están directamente relacionados con el aumento de peso en personas expuestas a altos niveles de presión emocional.
Comer por ansiedad: la relación entre emociones y alimentación
Uno de los efectos más visibles del estrés es el cambio en los hábitos alimenticios. Muchas personas experimentan lo que se conoce como “hambre emocional”: una necesidad de comer alimentos altos en azúcares o grasas como forma de compensar la tensión. Estos antojos no responden a necesidades nutricionales reales, sino a la búsqueda de placer inmediato, lo que puede traducirse en un aumento de peso progresivo.
Estrés y metabolismo: no todos suben de peso
No todas las personas reaccionan igual ante el estrés. Mientras algunos tienden a comer más y engordar, otros experimentan pérdida de apetito y adelgazamiento. Esto se debe a diferencias individuales en la producción de hormonas, el estilo de vida y la manera en que cada cuerpo responde a la presión. Lo cierto es que, tanto en un caso como en otro, el organismo se ve afectado, y un estado prolongado de estrés puede tener consecuencias negativas para la salud general.
Falta de sueño y sedentarismo: factores que potencian el problema
El estrés también suele ir acompañado de insomnio y cansancio, lo que disminuye la energía para realizar actividad física. Dormir mal altera el equilibrio hormonal, incrementa la producción de grelina (la hormona del hambre) y reduce la leptina (la que regula la saciedad). Como resultado, la persona siente más apetito y tiene mayor dificultad para controlar su peso. A esto se suma que la fatiga reduce la motivación para ejercitarse, cerrando un círculo vicioso que favorece el aumento de kilos.
Cómo manejar el estrés para cuidar la salud y el peso
Los especialistas recomiendan estrategias prácticas para reducir los efectos del estrés en el cuerpo:
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Practicar ejercicio físico regularmente, ya que ayuda a disminuir el cortisol y mejora el estado de ánimo.
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Mantener una alimentación equilibrada, priorizando frutas, verduras, proteínas magras y granos integrales.
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Dormir entre 7 y 8 horas diarias, favoreciendo la recuperación del cuerpo y el equilibrio hormonal.
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Incorporar técnicas de relajación como la meditación, el yoga o la respiración consciente.
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Buscar apoyo psicológico cuando el estrés sea constante o difícil de manejar.
Conclusión: mito con bases reales
Decir que “el estrés engorda” no es del todo un mito ni una verdad absoluta. La ciencia demuestra que el estrés puede contribuir al aumento de peso, sobre todo por el efecto del cortisol y los cambios en los hábitos alimenticios. Sin embargo, el impacto varía en cada persona y depende también de factores como el estilo de vida, el descanso y la forma de afrontar las dificultades.
En definitiva, aprender a gestionar el estrés no solo es clave para la salud mental, sino también para mantener un peso saludable y prevenir enfermedades asociadas.