En Galápagos están en contra de “los plantados” de los barcos atuneros



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Alberto Andrade tiene en su patio un macetero que cuesta al menos cinco mil dólares. Es una radio boya que los barcos atuneros les colocan a los plantados para saber en todo momento dónde están.

“Ese es más o menos el valor de una radio boya; en internet hay varios precios, pero sabemos que es lo que más o menos cuestan”, dice Andrade. Pero cuando esos aparatos se quedan varados en las islas Galápagos, se devalúan.

En el archipiélago nadie sabe usarlas, tampoco tienen el software o programa que generalmente se instala en los barcos, ni los códigos satelitales para que funcionen. Por eso, las radios boyas que Alberto ha encontrado a media hora de navegación cerca de la isla de San Cruz terminan en su patio. Muchos en la zona hacen lo mismo.

Los plantados son un arte de pesca de dos partes. La primera es parecida a la estructura de un palé (armazón de madera de un metro ochenta de largo y unos 90 centímetros de ancho), con pedazos de madera, generalmente caña bambú, amarrados entre sí por cuerdas plásticas que forman una especie de parrilla. Lo cubre un pedazo de tela o un tipo de red de huecos pequeños. Debajo, sumergido en el mar, está lo que llaman el “rabo”: una red que cubre la carnada que atrae a los peces. Para que esta estructura flote, se le adhieren unas boyas plásticas o pequeños bidones de plástico.

Los barcos atuneros dejan los plantados en altamar entre 20 y 30 días para que atraigan la mayor cantidad de peces.
Los vigilan de forma satelital a través de una sonda, un sistema parecido a un radar que envía imágenes de la cantidad de especies que hay bajo el plantado. Este aparato es parte de las radios boyas como la que tiene Alberto Andrade en su patio, la que cuesta cinco mil dólares y que usa para que su planta de trébol morado —o “abre y cierra”, como le dicen en Galápagos— crezca cómodamente.

El plantado se deja en el océano con una carnada que atrae primero a especies pequeñas y luego a las más grandes. En la superficie del mar, parecen una mancha. Por debajo, forman todo un ecosistema en el que hay peces pequeños, tortugas, atunes (que es la especie a capturar) y, además, tiburones.

UNA TAREA. La casa de Alberto Andrade está a 20 minutos del muelle de Santa Cruz. Allí vive con unos 15 gatos que también suelen colgarse en las redes de los plantados que Alberto les ha colocado en las paredes para que jueguen.

Alberto nació en Manabí. Emigró a Galápagos a los 18 años por trabajo, hace casi treinta años. Recorre su patio, cojea de su pierna izquierda por la enfermedad del buzo o enfermedad por descompresión. “Yo capturaba el pepino de mar, y un día me metí al fondo a bucear para sacar los pepinos y salí muy rápido sin descomprimir el cuerpo, eso casi me mata”, dice.
Pero esa historia es del Alberto Andrade buzo pepinero, uno que ya no existe desde hace siete años. Ahora estamos con Alberto el conservacionista, que se dedica a la pesca y, dice, quiere proteger a las islas y sus especies.
Él es coordinador del colectivo Frente Insular de Galápagos, que agrupa a unas 15 organizaciones locales. Impulsan la conservación y tratan, a través de acciones como mingas, foros y talleres de concienciación, de evitar la depredación terrestre y marina.

De entre todas las áreas en las que trabajan, hay un problema en particular que, dice Andrade, les preocupa más: los plantados.
En el Ecuador continental, este arte de pesca es usado por los barcos atuneros con red de cerco, una malla que se lanza cuando los peces ya están aglomerados alrededor del plantado. La parte inferior de la red se cierra para prevenir que escapen por el fondo.

Un “lance” (la acción de soltar la red) de cerco alrededor de un plantado puede recoger entre una y 700 toneladas de especies marinas. “Lo que un atunero de 1.200 toneladas puede capturar en un mes o un poco más, es más que todo un año de trabajo de toda la flota pesquera artesanal de Galápagos”, explica Andrade, poniendo la cuestión en contexto: Ecuador tiene 110 embarcaciones atuneras. Miden desde 60 a 85 metros de largo y 14 de ancho: casi el largo mínimo de una cancha profesional de fútbol mediana.

Cada barco, dependiendo de su tamaño y capacidad de almacenamiento, lleva entre 70 y 450 plantados. Entre todos los barcos capturaron 215 mil toneladas de enero a octubre del 2021. En diez meses captaron lo que los pescadores de Galápagos llegarían a capturar en 215 años.

LEGAL. Los plantados son un arte pesquero legal permitido por el Ministerio de Pesca y organizaciones como las Cámaras de Pesquería y gremios atuneros, regulados por La Comisión Interamericana del Atún Tropical  (CIAT) —una organización formada por algunos de los países que tienen flotas de captura atunera en el océano Pacífico—.

Según su página web, “buscan la conservación y ordenación de atunes y otras especies marinas” en esta zona. Tiene 21 países miembros.
A pesar de que es legal usar los plantados, hay un problema: se los está utilizando de forma indirecta dentro de la Reserva Marina de Galápagos, donde están prohibidos, pues ahí es ilegal pescar a escala industrial, alega Alberto Andrade.

Los barcos atuneros pescan en dos zonas marítimas del Ecuador: la continental y la insular. Esta última rodea a la Reserva Marina de Galápagos. Es decir, en medio del océano están las islas, alrededor la reserva marina y luego la Zona Económica insular, donde sí pueden pescar los atuneros.
Las Islas Galápagos tienen una reserva marina de 193 mil kilómetros, incluida la reciente Hermandad, la nueva reserva de 60 mil kilómetros: 30 mil hacia el norte y 30 mil hacia el este.

Dentro de ese espacio no puede haber pesca industrial, solo se permite la artesanal y con restricciones. “Los barcos atuneros suelen navegar hasta el borde de la reserva y dejan los plantados allí para que las corrientes los ingresen al área donde ellos no pueden entrar”, explica Alberto Andrade. “Hasta allí no hay nada ilegal, porque los barcos no ingresan. Sin embargo, los plantados sí, y el sector atunero lo sabe y asegura que es casualidad”, agrega Alberto.

Los plantados suelen salir de la reserva en un promedio de 10 o 15 días, todo depende de la fuerza de las corrientes marinas.
Alberto dice que  eso afecta a la flora, fauna y a la economía de Galápagos. “Ingresan a la Reserva Marina, capturan peces como el atún, pero también otros que no son comerciales y algunas especies protegidas como el tiburón, la mantarraya y tortugas”, añade.

Alberto asegura que hay plantados que ingresan y salen de la reserva marina, pero hay otros que, debido a que las corrientes cambian con frecuencia, nunca salen, se enredan en el fondo marino y quedan flotando. Los pescadores han encontrado iguanas y tortugas enredadas. Hay fotografías donde se nota que jamás se pudieron desenredar y murieron. (Por Leonardo Ceballos).



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