Un tema que desde hace décadas se ha venido discutiendo en lo económico y social del Ecuador es la existencia o no de un modelo de desarrollo de largo plazo. La historia es apabullante porque se han implementado modelos guiados desde ópticas regionales o mundiales que no fueron sustentables en el tiempo. El modelo ISI, propuesto por la Cepal en los años 50 hasta mediados de los 80; el modelo de corte neoliberal, cuyo talón de Aquiles fue la no generación de bienestar, conllevó un profundo descontento popular.
La historia reciente da cuenta de un modelo basado en los preceptos alineados al socialismo del siglo XXI, cuyos resultados aún asoman en el análisis de la situación actual, pero que tampoco se sostuvo, dando paso a un modelo que procura estar lejos de la participación del Estado como generador del crecimiento y desarrollo económico.
En estos días, ante problemas fuertes que vive el país, coyunturales y estructurales, a duras penas se puede sintetizar la existencia de un modelo de desarrollo que no está trazado en su totalidad. Casos como la no participación del Estado y el llamado a que sean el sector privado y la sociedad civil los encargados de su propio bienestar dan la pauta para indicar que el país adolece de una hoja de ruta que señale claramente cuál es el sendero para alcanzar estos dos elementos fundamentales de toda sociedad.
Sin embargo, quien dirige los destinos de la patria aún vive un espacio de prueba, en el sentido de que tiene la oportunidad de demostrar que estamos frente a un gobierno que sabe perfectamente cuáles son los problemas y las medidas a enfrentar para que sectores económicos y sociales sientan su presencia en el territorio. Poco a poco ese espacio se irá diluyendo o achicando si no hay resultados tangibles; si la gente no percibe una mejora en los elementos mínimos del bienestar —seguridad, servicios públicos eficientes, mejoras en salud y educación, infraestructura básica, vivienda en buenas condiciones en todo el país— el desencanto se irá generando y puede ser el detonante para que, una vez más, experimentemos el fracaso político.
Hay que estar vigilantes y, en un tiempo, los sectores políticos, empresariales y sociales debemos empezar a decirle: “Señor Estado, atención, que no se están sintiendo los resultados de ese nuevo Ecuador”. Mientras tanto, corresponde esperar, evaluar con paciencia lo que va sucediendo y estar apercibidos. Dios guíe al Ecuador hoy y siempre.