Partiendo de que los individuos, los ciudadanos, tenemos la responsabilidad para con nosotros, con la sociedad en su conjunto, y con el tiempo en que nos toca vivir, lo hacemos asumiendo compromisos y conductas que se adapten a nuestra cosmovisión de la unidad espacio-tiempo, al que desde el punto de vista ético tenemos que responderle.
Nuestra condición de ser por naturaleza societario, gregario, nos ha llevado a la construcción de un ser social, más aún, un ser político: “Zoon politikón” (Aristóteles), como expresión suprema de la evolución de lo biológico-natural al político-social, con la particularidad de tener una ideología; por lo tanto, desideologización es en sí misma una ideología, de las élites dominantes.
La desideologización, como el fenómeno de alejarse de las ideologías políticas tradicionales, está ganando terreno en la sociedad contemporánea. A primera vista, esto puede parecer un paso positivo hacia una política más pragmática y menos polarizada. Sin embargo, al examinar más de cerca, la desideologización puede ser un síntoma preocupante de apatía política y desinterés cívico, y de intereses dominantes soterrados eufemísticamente.
Las ideologías políticas proporcionan un marco para entender el mundo y guiar nuestras acciones dentro de él. Nos dan una visión de cómo debería ser la sociedad y nos ofrecen un camino para llegar allí. Sin estas guías, la política puede volverse “adrift”, sin dirección ni propósito. Ya los filósofos desde un inicio tuvieron la tarea de entender al mundo y se dividieron en idealistas y materialistas, para responderse el quién soy y el qué hago. “Al mundo no solo es de conocerlo y entenderlo, sino de transformarlo” (Karl Marx).
Sin un compromiso ideológico de base, los ciudadanos pueden sentirse desconectados de la política, si esta se reduce solo a la gestión de problemas en lugar de luchar por tener diferentes visiones de la sociedad y modelo de participación, identidad y poder, por la que deberían participar los ciudadanos en todos los espacios de la sociedad. Una actitud apática, además de ser antinatura, puede ser esencialmente peligrosa en una democracia, donde la participación cívica es derecho, deber y responsabilidad para los ciudadanos, y esencial para el funcionamiento del sistema.
En lugar de celebrar la desideologización como el fin de la política partidista, deberíamos verla como una señal de peligro, y es al mismo tiempo un llamado a revitalizar nuestra participación política y a reafirmar el valor de las ideologías como guías para la acción de un compromiso cívico más profundo.