Durante cuatro años, entre 1960 y 1964, una banda nacida de rencores familiares —Los Tauras— impuso su ley en Manabí entre cañaverales, caminos de tierra y comunidades olvidadas por el Estado.
La historia no empezó con un robo ni con una gran operación criminal. Comenzó con una disputa familiar. Los Rivera y los Holguín se enfrentaron por el control del contrabando de aguardiente. En un contexto de pobreza extrema y débil institucionalidad, aquella pelea se transformó pronto en una guerra sin cuartel.
El regreso por venganza
Los Holguín, vencidos en los primeros enfrentamientos, huyeron hacia Esmeraldas. Pero el exilio no trajo el olvido. Años después, regresaron a Manabí con las armas en la mano y una misión clara: vengarse. Así nacieron Los Tauras, una banda que pronto dejó de lado el apellido familiar para convertirse en sinónimo de miedo.
En Chone y las zonas rurales de Portoviejo —Miguelillo, Pueblo Nuevo, Bijagual—, el grupo se dividió en facciones que impusieron su orden. Campesinos vulnerables, sin más futuro que el jornal o el abandono, fueron reclutados con promesas de protección, dinero y justicia. La banda se expandía como una mancha de aceite en tierra seca.
No tardó en llegar la política. Algunos líderes locales, conscientes del poder de fuego de Los Tauras, buscaron su “apoyo”. Sicariato, intimidación, favores oscuros. Pero el monstruo que ayudaron a crecer pronto se volvió ingobernable.
Los Tauras cortaron sus hilos y comenzaron a actuar por cuenta propia; ya no obedecían a nadie. Se hicieron famosos nombres como “Panchito” Cedeño, Pastor Tuárez y “La Perdiz” Vélez.
Los militares llegaron a Manabí
En las comunidades, el miedo se instaló como una presencia diaria. La ley del más fuerte se impuso y el Estado parecía haberse retirado por completo. Hasta que, en 1963, el presidente Carlos Julio Arosemena Monroy decidió actuar.
Envió al Batallón Febres Cordero, más de 500 soldados armados con la orden de desmantelar a Los Tauras. La ofensiva fue implacable. El campo volvió a llenarse de disparos, pero esta vez para cerrar un ciclo. Abundan las anécdotas sobre la crudeza de la represión militar. Se habla de hasta 1500 muertos.
Uno a uno, los líderes de la banda fueron cayendo. Algunos fueron capturados, otros murieron en los enfrentamientos. El resto huyó, se dispersó o se escondió. Para 1964, el reinado de Los Tauras había terminado. Pero no así su legado. En Manabí, todavía hay quienes recuerdan aquellos años. Porque, aunque el silencio volvió a los campos, los ecos de la violencia siguen ahí.