El comportamiento del ente humano en todas las etapas y circunstancias de su existencia es el espontáneo reflejo de sus obras y actitudes, que demarcan y muestran a la faz pública sus aptitudes y conocimientos familiares y sociales.
Aún perduran en mi memoria y resuenan en mis tímpanos las reprensiones de nuestros maestros escolares, que con autoridad personal y educacional nos inculcaban el acatamiento y la prudencia en todas nuestras acciones personales y naturales.
Esos cultores escolares nos infundieron el total respeto a las personas y a los bienes ajenos, añadiendo el acato a la honra de los otros. Infamar, ennegrecer en detrimento de la moral y virtudes del prójimo es tan fácil en la actualidad; socarronamente, muchas normas de conducta soslayan el verdadero problema social, ayudando a que este crezca y se fortalezca, trascendiendo negativamente en el ámbito familiar y en el contorno general, creando un apesgo que, de no controlarse, puede tener consecuencias y derivaciones negativas.
Duele, pero es la gran verdad: vivimos en una sociedad permisiva que consiente casi todo lo perjudicial para los ciudadanos. La alharaca y el desafuero forman parte de nuestro diario convivir. La ética como norma de procedimiento social y la moral que destellaba lo decente y honesto hace rato forman parte de un evocado ayer. “Tu comportamiento aquí es el reflejo de cómo te portas en tu casa” era la frase máxima de nuestros maestros escolares para explicar la conducta y educación de alguien que se portaba irrespetuosamente.
Tristemente, hemos perdido la afabilidad y el calor humano en las familias. Las reuniones y convites, que en el pasado eran acontecimientos de algarabías, diversiones, diálogos y reconciliaciones amigables, en la actualidad son gélidas y burdas tertulias, donde el teléfono celular es el elemento más importante de los asistentes. Todos ellos están más preocupados de los memes, mensajes y llamadas del móvil que de participar grupal y personalmente con calidez y contento del evento, para aportar con beneplácito y entusiasmo, logrando con ello la convivencia fraterna y amena de la invitación. Parece que la tecnología, con todos sus adelantos y facilidades que nos brinda, nos ha trastocado la forma de actuación y vida de todos, y nos está birlando el afecto y don humano. He visto varios casos de jóvenes exaltados formando barullo porque su teléfono no les funciona o lo olvidaron en casa.
Que estos equívocos reflejos sociales nos conlleven a una reflexión y meditación sesuda en nuestro comportamiento grupal y familiar, cambiando todo mal proceder, propendiendo a consolidar una sociedad respetable por sus actos y respetuosa, repleta de valores humanos, para cambiar esta violencia por paz y armonía.