Han pasado más de nueve años desde aquel terremoto que cambió la vida de miles de familias en Manabí, y aunque se ha hablado mucho de la reconstrucción y se han inaugurado algunas obras que parecen mostrar avances, la verdad es que en esta provincia todavía falta mucho por hacer.
Lo que se perdió fue demasiado y el Estado, que debía asumir un compromiso fuerte, profundo y sostenido, nunca terminó de responder como debía a las necesidades reales de la gente.
No es necesario ser ingeniero ni economista para darse cuenta de que muchos proyectos se quedaron solo en papeles o en discursos de campaña, porque hasta hoy hay estaciones de bomberos que siguen funcionando en condiciones muy precarias, o en locales prestados, cuando se suponía que con los fondos de la reconstrucción ya debían estar en edificios nuevos y bien equipados. Y eso sin hablar de las escuelas que se derrumbaron y nunca fueron reconstruidas, dejando a niños y jóvenes sin aulas dignas para estudiar, obligándolos a trasladarse lejos o a adaptarse en espacios improvisados que no son los adecuados para aprender.
Pero lo más doloroso es que todavía hay familias que perdieron sus casas y que siguen esperando una solución, porque aunque se anunciaron programas de vivienda, muchos quedaron a medias, otros ni siquiera empezaron, y hay quienes solo recibieron promesas o papeles que no sirven para protegerse del sol ni de la lluvia. Y en los barrios, todavía se ven esas construcciones inconclusas, esas paredes sin techo, esos lotes con cimientos que ya están cubiertos de maleza, y uno se pregunta en qué momento el Estado pensó que eso era suficiente.
También están los pequeños negocios que se vinieron abajo con el sismo y que nunca pudieron volver a levantarse, porque no hubo crédito, no hubo ayudas reales, y sin capital nadie puede volver a empezar. Esos comerciantes que perdieron su herramienta de trabajo, su sustento, su inversión de años, fueron ignorados, y muchos terminaron vendiendo sus cosas o migrando en busca de una oportunidad que aquí nunca llegó.
No quiero entrar a hablar de si la sentencia contra Jorge Glas y Carlos Bernal fue justa o no, porque eso le toca a la justicia, pero lo que sí puedo decir, con la voz de quien ha caminado estos años por las calles de Manabí y ha visto con sus propios ojos lo que hay y lo que no hay, es que el Estado todavía tiene una deuda pendiente con esta provincia; una deuda que no se paga con inauguraciones apuradas ni con actos políticos, sino con obras completas, con casas entregadas, con servicios funcionando y con la dignidad de la gente bien atendida. Hasta que eso no pase, la reconstrucción no estará terminada.