Les cuento una pequeña historia. “Hace 21 años, un joven emprendía un viaje trascendental que marcaría su vida para siempre.
Una emoción indescriptible lo embargaba. No le pareció raro sentirse así, al fin y al cabo, iba rumbo a su primer día de trabajo. ¡Qué linda coincidencia, justo en el Día del Trabajador!, reflexionaba en silencio.
Durante el camino, hacía lo posible por esquivar las vitrinas, los vendedores y maniquíes que poblaban las viejas calles de Portoviejo, intentando no maltratar su nuevo look de ejecutivo. Mientras tanto, su mente reproducía incesantemente las últimas palabras de su madre, esa infaltable recomendación recitada con tono mandón antes de la despedida —con bendición de por medio—: ¡No te ajes la camisa, párate recto, saluda, muchacho!
Su padre lo acompañaba, marcando el paso (presuroso pero calmado), manteniendo un tono silencioso que se interrumpía únicamente para cumplir con algún saludo protocolario. El muchacho no había solicitado tal escolta; sin embargo, no la rechazó. Pese a su edad, se podría decir que aún necesitaba la asistencia paterna, así como un niño necesita una mano familiar que lo guíe en su primer día de escuela.
Finalmente, ambos llegaron puntuales. Su padre lo dejó en aquellas glamorosas oficinas y se retiró, resignado a la chocante idea de que un ciclo de sus vidas había terminado. En parte, el destino de esos padres y de aquel hijo se había cumplido. Gracias al nuevo trabajo, aquel chico comenzó a ser un adulto positivo para la sociedad. Ese joven que se despidió de sus padres jamás volvió a casa”.
Lamentablemente, en nuestro país, la historia del “joven trabajador” parece cada vez más una excepción, una utopía. Así lo marcan las frías cifras del 2024, año en que se perdieron aproximadamente 250 mil puestos de trabajo y en que 7 de cada 10 ecuatorianos no tienen un trabajo formal.
Entonces, vivir en una sociedad en la cual sentirse bien al escuchar “¡Feliz Día del Trabajador!” es un privilegio de pocos, me resulta frustrante y penoso. Estamos en un feriado nacional de minorías, de playas y tertulias, mientras que la inmensa mayoría del pueblo desocupado se halla festejando un no sé qué, una supuesta conquista histórica que no sirve de mucho, unas promesas gubernamentales abstractas, viviendo de dádivas y cachuelos, en la incertidumbre del día a día. Así es complicado superar las crisis que nos aquejan.
Trabajar te cambia la vida para bien. Se los dice un contador de historias que hace 21 años comenzó un viaje que aún no termina, cuando me convertí en un “joven trabajador” por primera vez.