Francisco ha partido. Con él se despide una etapa luminosa de la Iglesia: cercana, viva, profundamente humana; no fue un pontífice distante ni encerrado en solemnidades, fue un guía que prefirió los caminos de la gente antes que los pasillos del poder, que optó por el servicio antes que por los privilegios.
Desde su llegada marcó un nuevo estilo pastoral, nos invitó a volver al Evangelio vivo, ese que se manifiesta en el rostro del pobre, en el migrante que huye, en la madre que sostiene, en el joven que busca sentido; nos recordó que la fe sin obras es discurso, y que la Iglesia no puede ser indiferente ante la injusticia.
En sus palabras y silencios habló del mundo que habitamos: herido por la ambición, dividido por los egoísmos, contaminado por la indiferencia; nos recordó que cuidar la tierra es también cuidar al hermano, que el grito de los pobres y el grito de la naturaleza son uno solo, y frente a ese planeta devastado propuso una mirada compasiva y responsable.
Francisco pidió una Iglesia sin fronteras, en salida, que sepa escuchar y caminar junto a su gente; frente a un mundo que construye muros optó por levantar puentes, frente a una política que a menudo se sirve de la gente propuso una política que sirva con vocación, justicia y humanidad.
Su palabra no buscó imponer, sino despertar; habló con firmeza, pero sin arrogancia, denunció estructuras que oprimen, pero con espíritu fraterno, y su voz no fue teoría: fue camino, decisión, ejemplo y testimonio.
En esta tierra de rostros curtidos por el sol y manos formadas en la lucha diaria, su eco ha calado hondo, en comunidades que rezan con los pies descalzos y celebran con la esperanza a cuestas; su mensaje se hizo camino, donde algunos vieron abandono él habló de escucha, donde hubo dispersión insistió en la comunión, sembró participación allí donde reinaba la apatía y despertó el anhelo de una Iglesia que no avanza aislada, sino que discierne con sus comunidades; su paso dejó encendida la misión de seguir construyendo desde abajo, desde adentro, desde el corazón; a esta Iglesia sinodal que se teje entre dudas y certezas, Francisco le regaló claridad, ternura y horizonte.
Hoy el corazón de millones de fieles late con gratitud y con dolor, el Papa que vino del sur del mundo regresa a la Casa del Padre; se apaga su voz, pero no su legado, queda su palabra sembrada, su ejemplo andado, su vida ofrecida.
Gracias, Francisco, pastor bueno, el pueblo de Dios no te olvidará, tus huellas seguirán marcando el camino de una Iglesia que quiere ser luz, consuelo y esperanza.