El expresidente ecuatoriano, Jamil Mahuad, en alguna ocasión manifestó su deseo de ampliar la cercanía del Ejecutivo con la ciudadanía, pensando que una de las formas idóneas era trasladar el gabinete ministerial a las provincias para tratar los principales problemas de estas en sendas sesiones, de acuerdo a un cronograma conveniente.
Esto, como lo tratara en ocasión anterior, lo dijo en conversación personal lograda al regreso de una gira por el río Amazonas, en Manaos, punto final del programa elaborado por el acto de la firma de paz con el Perú.
La idea consistía en recibir “in situ”, los informes de los ministros y tratar de resolverlos directamente o planificarlos con mayor seriedad en todo su cometido. Con ello también se procuraría que el Congreso sintiera obligación de hacer lo mismo. Mas, “le cayó la roya” y Mahuad fue derrocado, acusado de mala administración y marchó sin que pudiera estrenar su idea.
Recordando aquello, vale también repetir lo provechoso para el país que sus esperanzas se aproximen a la realidad con la cercanía de los principales funcionarios al poder ciudadano; es decir, a sus mandantes, a aquellos quienes los designarán mediante el voto popular para que, desde las funciones que ostentan, trabajen activa, denodada y participativamente por el bienestar del país y sus habitantes. No para contonearse como faisanes dorados, ni envanecerse y menos aprovecharse del puesto para enriquecerse ilegalmente.
Se estaría, entonces, empezando a caminar por la senda correcta con la dualidad pueblo-gobierno, fusión que facilitaría la adopción de las medidas requeridas para superar tantas barreras que no solamente retrasan el desarrollo, sino que dispersan los esfuerzos por lograrlo. Y aquello se hace cada vez más necesario ante la creciente arremetida del crimen, de las actividades delictuosas y el ensañamiento que los maleantes hacen contra la seguridad y el bienestar de la nación ecuatoriana.
Porque, si bien el gobierno está luchando frontalmente contra todas las bandas mafiosas que horadan la estabilidad de Ecuador como nación libre y soberana, el esfuerzo, por muy tesonero que sea, no producirá el mismo efecto y con la celeridad requerida si no es comprendido y compartido con el pueblo a proteger.
Por ello es imprescindible, además de las medidas duras tomadas para combatir las estructuras corruptas y narcoterroristas, implementar las de acercamiento a la población para amortiguar con obras las exigencias, especialmente económicas, que se imponen para solventar la estabilidad fiscal de la república y menguar movimientos que atentan contra la frágil democracia nuestra. Y tender la mano abierta a las otras funciones del Estado para evitar un fraccionamiento total.