En varias culturas alrededor del mundo se consumen alimentos que pueden resultar raro, controvertido o incluso extremo para otras sociedades. Platos como el balut (huevo fertilizado cocido y consumido con embrión), el hákarl (tiburón fermentado de Islandia), el queso sardo casu martzu (con larvas vivas) o el inuit kiviak, reflejan tradiciones ancestrales, diversas técnicas culinarias y adaptaciones a entornos desafiantes.
Platillos que desafían el paladar común
El balut, originario de Filipinas, Vietnam y Camboya, consiste en un huevo fertilizado cocido que contiene un embrión parcialmente desarrollado. Se consume directamente de la cáscara y es una fuente tradicional de proteínas.
Por otro lado, el hákarl, platillo nacional de Islandia, se elabora con tiburón de Groenlandia fermentado durante meses. Su fuerte olor a amoníaco y sabor intenso lo convierten en una experiencia extrema incluso para paladares acostumbrados.
Queso y fermentaciones polémicas
En Cerdeña, el casu martzu es un queso de oveja infestado deliberadamente con larvas vivas de la mosca del queso. Estas transforman el producto en una masa semilíquida, cuyo sabor intenso y textura lo han vuelto ilegal en la Unión Europea por riesgos a la salud.
En Groenlandia, el tradicional kiviak se prepara fermentando aves pequeñas llamadas auk dentro de piel de foca por varios meses. Aunque es parte de celebraciones festivas, ha sido vinculado a casos de botulismo cuando no se prepara adecuadamente.
Otros alimentos únicos del mundo
Hay otros ejemplos fascinantes como el muktuk, consumido por comunidades inuit. Se trata de piel y grasa de ballena, cruda o cocida, rica en vitaminas, aunque presenta riesgos por contaminantes como el mercurio.
También destaca el éxito por contraste de sabores en festivales estadounidenses con productos poco convencionales como el helado de ajo, una mezcla de crema dulce con ajo que, sorprendentemente, ha sido bien recibida en algunos eventos culinarios.
Los platillos más raros
La diversidad gastronómica global incluye platillos que, aunque inusuales para algunos, representan tradiciones profundas y adaptaciones culturales en contextos específicos. Desde el balut hasta el casu martzu, pasando por el hákarl o el kiviak, estos alimentos reflejan historia, supervivencia y creatividad culinaria. Aunque no todos están hechos para todos los gustos, su existencia es parte esencial del patrimonio cultural mundial.