Ruthy Quijano, la madre de Agustín Intriago, no quiere venganza



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Aquella vez, hace un mes, cuando murió su hijo, Ruthy Quijano estaba viendo una película en su habitación.

De pronto sintió un escalofrío inexplicable, algo que le descompuso el cuerpo. Se preocupó y pensó que no tenía lógica, porque no estaba enferma, ni siquiera una gripe.

El escalofrío le fue pasando y las sienes le latían de forma acelerada. Minutos después recibió la noticia.

A Agustín Intriago le habían disparado. Días después lo entendió todo.

Está segura de que esa sensación inexplicable, ese escalofrío sin sentido, fue el último abrazo de su hijo que llegó a despedirse. Fue el último abrazo de Agustín.

Ruthy Quijano está sentada en la sala, triste. Sólo mira las fotos de su hijo, tiene muchas en la casa.

Lleva el cabello recogido, nada de joyas y va vestida de negro. Atrás en la pared, una foto del alcalde con una mirada fija, como observando todo lo que en ese momento pasa y se dice. Ruthy rompe el silencio y agrega.

“Tengo la seguridad de que él vino a darme el último abrazo. El tiempo coincide con el instante en que murió. Porque, a pesar de que me dijeron que estaba herido, he investigado con médicos del hospital y me dijeron que llegó muerto. Entonces fue el momento exacto. Vino a darme el último abrazo”, expresa.

Ha pasado un mes desde que asesinaron al alcalde de Manta Agustín Intriago. Un 23 de julio, minutos antes de las dos de la tarde, le dispararon mientras recorría una obra. A él le arrancaron la vida, y a Ruthy Quijano, su madre también.

“Es la vida que me arrancaron. Una parte de mí se fue. Fue un hijo tan esperado, tan buscado, tan querido y tan unido a mí. Vivía conmigo: hizo su hogar, pero no dejó la casa. Cuando le dio el COVID, los médicos le dijeron que no podía subir escaleras, entonces le acomodamos la planta baja de la casa, porque antes su dormitorio estaba en la planta alta. Aquí estaba conmigo”, indica, y apenas contiene las lágrimas.

Hace pausas, respira despacio, parece tomar sorbos de valentía y continuar hablando de su hijo, del que le arrebataron.

“Extraño sus abrazos. Sus abrazos con esos brazos fuertes que tenía, que me daban seguridad”, comenta. “Porque, a pesar de que  era un hombre entregado a su trabajo, de pronto le decían su mamá amaneció delicada y subía a ver qué me pasaba. Llamaba a mi asistente. Llévela al doctor. Siempre fue muy apegado a mí”, añade.  

Agustín Intriago era el mayor de los hijos de Ruthy Quijano, de los tres “hijos de útero”, dice ella. Porque cuando conoció a su esposo él había enviudado y tenía otros hijos, a los que también considera como suyos.

Ruthy siempre cuenta que Agustín era un hijo muy deseado porque nació luego de al menos diez intentos fallidos por concebir. Ella tuvo problemas para tener los bebés y anduvo de médico en médico hasta que lo logró.

Agustín fue creciendo y desde pequeño tenía esas ansias de liderazgo, la facilidad de palabra. En la escuela era quien daba los discursos por el Día de la Madre, y se los dedicaba a ella, a Ruthy. Ganaba concursos de oratoria y decía que quería ser alcalde Manta, y luego presidente.  

“En un Carnaval que nos fuimos de viaje, y cuando salíamos de la ciudad en el carro, él decía: ‘Si yo fuera alcalde de Manta, haría una propaganda en el cielo, mamá, allá en las nubes, llamando a toda la gente; pondría un avión dejando mensajes que digan “vengan a Manta, el paraíso”’. Y solo tenía 10 años”, recuerda, y agrega que Agustín fue muy maduro desde pequeño.

A veces la acompañaba al trabajo, cuando era jefa de recursos humanos en una fábrica, y veía cómo trataba a la gente, de allí le nació el amor al prójimo.

Pasaron los años y se cumplió su sueño. Ganó la alcaldía de Manta en el 2019 y Ruthy estaba feliz por su hijo. Trabajaron juntos. Ella desde el Patronato, donde hizo  labor social hasta que asesinaron al alcalde.
“Fue enriquecedor. Los extraño muchísimo, pero comprendí que mi hijo ya no está, no tengo nada que hacer allí”, expresa.

Ruthy llegó al Patronato luego de una promesa.  En el 2020, cuando el alcalde casi fallece por el coronavirus, ella le pidió a Dios que no se lo llevara para que él pueda cumplir con su ciudad.

“Si quieres llévate mi vida, Señor, porque tú eres vida y vida en abundancia. Yo te prometo que, si lo salvas, viviré para el prójimo”, “y yo estaba cumpliendo esa promesa con Dios”, señala, y asegura que  se entregó en cuerpo y alma a la causa, y tiene esa satisfacción.

Por eso, en las noches, cuando ora y conversa con Dios, ella le dice: “Si no te lo llevaste entonces, ¿cómo es que viene una mano asesina y lo truncó?”. Se lo pregunta a Dios y encuentra respuestas en la Biblia, en sus creencias, en los recuerdos de su hijo, en  el legado del que todos hablan.

Mucho se habla del legado de su Agustín Intriago; “¿cree usted que se mantendrá?”, le pregunto a Ruthy Quijano.    

“Espero que sí, no puedo decir que lo creo, porque hay otras personas, y espero que Dios los bendiga y sigan adelante. Tengo entendido que mi hijo dejó toda la planificación hecha. Espero que se cumpla eso por el bien del pueblo”, expresa, y se forma un silencio.

Es que los recuerdos duelen. Los recuerdos están en todos lados de la casa. En cuadros, sillones, lámparas y manteles; una casa repleta de fotografías y flores artificiales.

Por los rincones y las mesitas hay retratos familiares. Ahí están sus hijos,  pero en la mayoría está Agustín: Agustín con su madre, Agustín con Rosita (su esposa), con Alma, su hija; Agustín en una última foto posando con su bebé de seis meses al que también le puso el mismo nombre, “Agustín”, y a su lado su madre.

Hay una presencia indiscutible del alcalde en el lugar. Es que para Ruthy le parece imposible de creer.
Cuenta que los primeros días estaba confundida, pasaba llorando, no  aceptaba lo ocurrido.

Ella misma se engañaba convenciéndose de que su hijo estaba en el Municipio en la oficina o en territorio; todo menos que había muerto.

“He buscado resignación en Dios. Él dice que en las pruebas y en las tragedias tenemos que levantar la cabeza.  En mi corazón no hay venganza, no la entiendo, pero la palabra de Dios dice ‘Mía es la venganza, yo pagaré’. Y espero la venganza de Dios; a mí no me corresponde”, señala.

Ruthy se refugia mucho en las oraciones, es una mujer de fe. En las noches antes de dormir habla con su hijo y siente que le escucha. Habla también con sus padres que ya fallecieron y les pide una señal, tan solo una de que Agustín está con ellos.  Aún la está esperando.

Es que tal vez las señales no están en el cielo, sino en la tierra.

Están quizás en esos instantes cuando su nieta Alma, la hija de Agustín Intriago, la ve llorar desconsolada y le dice: “No llores, abuelita, mira que mi papi te dejó una copia, te dejó a Agustincito”.



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