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Por: Yuliana Marcillo
“El sexto era casado y tenía cuatro hijos.
Cuando era adolescente, le pedí a Dios que enviara un príncipe azul a mi vida. Deseaba el amor romántico, bonito, sanador. El primer novio que tuve en realidad parecía más un sapo. El segundo me recordaba a Shrek, el tercero pertenecía a la barra brava de Barcelona y fumaba marihuana. El cuarto tenía mal aliento. El quinto era más bajo que yo. El sexto era casado y tenía cuatro hijos. El séptimo no me quiso. El octavo terminó conmigo sin avisarme. El noveno me dio un puñete en el brazo. El décimo fingía que estaba en casa cuando en realidad había amanecido en otro lugar. Y así podría seguirles narrando la historia de los príncipes que han pasado por mi vida. Cuando le pedí ese deseo a Dios tenía 12 años, quizá. De niña creía que La Cenicienta había sido feliz para siempre y que Caperucita Roja sí había podido escapar de la barriga del lobo. Los príncipes vienen de diferentes formas; algunos lastiman y te dañan para siempre. Esta es la historia de una princesa que tampoco es una princesa, pero que alguna vez creyó, y creer no está mal.
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