Detrás de cada lomo y conserva de atún que llega impecable a Europa o Estados Unidos están las manos expertas de cientos de mujeres que trabajan en las plantas procesadoras de Manta, Montecristi y Jaramijó. Sus manos son sinónimo de precisión, rapidez y calidad excepcional. Son manos como las de Manuela Mero y Rocío Sánchez.

Manuela tiene 43 años y más de una década dedicada a este oficio. Aprendió observando, con la disciplina que impone una industria donde cada segundo cuenta. Sus dos hermanas también trabajan en lo mismo. No es casualidad: en estas plantas, el conocimiento se transmite como un legado familiar, de mujer a mujer. “El pescado debe estar limpio en un minuto”, dice Manuela, sabiendo que no exagera. En ese tiempo, se espera que cada trabajadora procese un atún completo, eliminando espinas, piel, y sangre hasta dejar solo el lomo impecable.

Las exportaciones del atún

En 2024, las exportaciones de lomos y conservas de atún sumaron 1.600 millones de dólares, un crecimiento del 27,6 % respecto a 2023, según el Banco Central del Ecuador. La Unión Europea fue el principal destino de las exportaciones de atún de Ecuador. Latinoamérica representó el 20,91 % del total, mientras que Estados Unidos ocupó el tercer lugar, con un 15,98 %.

Detrás de cada tonelada está el trabajo invisible de más de 12.000 mujeres, que representan el 60 % de los empleos directos en las plantas atuneras de Manabí. Allí, el proceso se divide con precisión: los hombres hacen el corte inicial, pero el paso más delicado —limpiar el lomo sin desperdicio— lo hacen ellas. De pie durante ocho horas.

Rocío Sánchez aprendió el oficio de su madre, y esta, a su vez, de la suya. Hoy lleva trece años en una fábrica. Al principio le costó, pero ahora es una experta. “El lomo debe estar limpio”, repite, como una lección aprendida con el tiempo. En su rutina, cada movimiento está calculado.

La precisión de las mujeres

Esa agilidad no solo es valiosa, es crucial. En Manabí, gracias a la precisión de estas mujeres, el desperdicio se reduce al mínimo. Esto permite que el aprovechamiento por pescado supere el 50 %, lo que se traduce en mayor rentabilidad para la industria atunera.

Jaime Estrada Medranda, empresario del sector, lo confirma: “Se han hecho pruebas y ellas tienen una efectividad superior al 30 % en comparación con los hombres. La mano de obra femenina aquí es insustituible. Tal vez sea porque son manos pequeñas que pueden limpiar mejor el atún”, afirma.

Una mujer experimentada de Manta, Montecristi o Jaramijó puede limpiar 35 pescados por hora, mientras que una de otros lugares alcanza solo los 12. Además, se ha comprobado que limpian el pescado con precisión, evitando rasparlo demasiado y reduciendo pérdidas económicas, señala.

Un oficio que empezó hace 80 años

Lo que hacen no es solo un trabajo, es una tradición que lleva más de 80 años gestándose. Una herencia silenciosa que ha pasado de madres a hijas. La industria atunera nació en Manta cuando, en 1952, se abrió la primera planta procesadora de atún: Inepaca.

Mientras el mundo abre una lata de atún sin pensar de dónde viene, en alguna fábrica de Manta, cientos de mujeres siguen de pie, ejecutando su trabajo con una sincronía que asombra. Son las manos invisibles de una industria que, sin ellas, simplemente no sería posible.