Luz María Olloa Cuellar, de 58 años, comparte su historia y el trabajo de la Fundación Rostro de Jesús en Manta. Desde su infancia en Imbabura hasta la creación de una organización que apoya a personas con discapacidad. Su relato refleja compromiso y fe. En esta entrevista, responde preguntas sobre su vida, su misión y los retos de la fundación.
¿Quién es Luz María Olloa?
Soy una mujer que creció en una familia trabajadora. Mis padres creían en Dios y ayudaban a otros. Desde niña, aprendí a apoyar a escuelas y familias. Mis padres me enseñaron a ayudar con amor. Por eso, siempre busco dar una mano al prójimo.
¿Quiénes eran sus padres?
Mi padre, José Gaspar Melchor Olloa, ya falleció. Mi madre aún vive. Es una mujer activa y feliz. Somos seis hermanos, y yo soy la tercera.
¿Cómo nació la idea de crear la Fundación Rostro de Jesús en Manta?
No soy de Manabí. Llegué como inmigrante. Pertenezco a la comunidad de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Creo que Dios me preparó para esta misión. Antes, trabajé con los Misioneros Combonianos. Viví experiencias únicas. Luego, me invitaron a animar un retiro en Quito con un grupo musical. Tocábamos guitarra en misas. Ahí conocí a jóvenes del Movimiento Sopeña Juvenil de Manta. Me invitaron a misionar aquí. Acepté con humildad. Me apasiona llevar un mensaje de esperanza.
¿Qué la motivó a quedarse en Manta?
Llegué hace más de 25 años. Mi primera misión fue en Los Bajos de Las Palmas. Vi niños con discapacidad en condiciones duras. Algunos estaban amarrados a camas. Otros, en pisos de tierra, rodeados de suciedad. Esas imágenes me marcaron. Sentí que Dios me llamó a ayudar. Esas experiencias cambiaron mi vida.
¿Cómo decidió crear la fundación?
Regresé a Quito tras mi primera misión. Pero no podía olvidar lo que vi. Esos niños necesitaban ayuda. Estudiaba teología en la Universidad Católica. Faltaba un semestre para graduarme. También trabajaba. Sin embargo, Manta me atraía como un imán. Pedí a Dios que me guiara. Tomé una decisión. Dejé la universidad, el trabajo y a mi familia. Vine a Manta con una maleta pequeña. No fue difícil dejar todo. Sabía que mi lugar estaba aquí.
¿Cómo empezó la fundación?
Llegué a Manta sola. Necesitaba apoyo. Conocí a María Victoria Álvarez, trabajadora social. Le conté mi idea. Ella aceptó ayudarme. Juntas, buscamos profesionales: fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales y de lenguaje. Empezamos en el barrio Horacio Hidrovo en 1997. Nos prestaron una sede. Estuvimos allí tres o cuatro años. Luego, nos mudamos al Pisman.
¿Cuándo se formalizó la fundación?
Creamos un equipo con voluntarios. Definimos objetivos y una misión. Elaboramos el estatuto. Lo enviamos al Ministerio de Bienestar Social en Guayaquil. En enero de 1997, presentamos los documentos. El 18 de agosto de 1997, nos dieron la aprobación jurídica.
¿Cuántas personas han ayudado desde entonces?
Hemos ayudado a muchas personas. No solo en Manabí, sino en todo Ecuador. En Los Bajos, apoyamos a niños con discapacidad. Hoy, muchos vienen a nuestra fundación. También trabajamos con autoridades. Juntas parroquiales, el Ministerio de Salud y la Prefectura abren centros de rehabilitación. Hasta el año pasado, había 57 centros en diferentes cantones.
¿Logró su objetivo inicial?
Sí, hemos avanzado. Al principio, fue un sacrificio. Había que concienciar a familias y vecinos. Muchos creían que la discapacidad era un castigo. Con el tiempo, rompimos esos tabús. Ahora, los padres buscan ayuda para sus hijos. Se preocupan por su movilidad y necesidades. La fundación ofrece prótesis, órtesis, rehabilitación física, terapia de lenguaje, psicología y psiquiatría. También tenemos un taller de órtesis y prótesis. Fabricamos calzado ortopédico y plantillas.
¿Cuántas personas trabajan en la fundación?
Tenemos nueve personas. Dos fisioterapeutas, una terapeuta de lenguaje, una terapeuta ocupacional, un psicólogo clínico, dos técnicos y una asistente.
¿Qué planes tiene para el futuro?
Mi sueño es construir un gimnasio que servirá para trabajar con personas antes y después de usar prótesis. El arquitecto ya diseña el proyecto y calculamos un costo de 30 mil dólares. La fundación tiene un comodato por 99 años. Además, esperamos contenedores con equipos donados. Queremos fortalecer el taller de prótesis. Hay mucha demanda.
¿Qué desafíos enfrenta?
El principal desafío es la propiedad. El terreno no pertenece a la fundación. Algunas organizaciones internacionales piden que sea nuestro para enviar ayuda. Trabajamos con el municipio y la prefectura para lograrlo. Queremos que las donaciones lleguen a Manabí y al país.