Juan, un matador ecuatoriano que toreó en España y que ahora se ha radicado en Manta



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Si Juan Alfonso Dávila tuviera más vidas que un gato, haría en sus seis restantes lo que escogió en esta: sería torero.

Su padre también lo fue. Juan Alfonso es de los creen que el matador de toros no se hace, sino que nace.

La estirpe de los Dávila empezó con su abuelo, que era hacendado y toreaba, pero solo como aficionado con los toros de pueblo.

El padre de Juan Alfonso estaba orgulloso de la decisión de su primogénito, pero su madre no. Magdalena Hidalgo sufrió siempre al ver que su hijo querido se jugaba la vida en la arena de la plaza. Desde lejos escuchaba los gritos y los oles, pero más fuerte le latía el corazón en el pecho.

Juan Alfonso recuerda que su madre, cuando él toreó oficialmente por primera vez, estaba en la plaza de Ambato y se marchó. Y así fue siempre. Iba a los toros, y cuando a su hijo le tocaba lidiar ella se iba. Le rezaba a Dios para que no recibiera una cornada. Magdalena ha sufrido por cuatro seres queridos. Por su esposo y por sus tres hijos, porque, además de Juan Alfonso, dos más también siguieron la tradición familiar.

Juan Alfonso nació en Riobamba, tiene 55 años de edad y vivió un largo tiempo en España. Ahora está radicado en Manta con su esposa. No tiene planes de irse de acá. Le gusta Manta, y su rutina empieza muy temprano por la mañana cuando va a la playa de Santa Marianita a caminar.

>EL VIAJE. Juan Alfonso partió a España en 1988 porque el país le quedaba pequeño. Había toreado en la Monumental de Quito y quería abrirse paso en la capital del toreo. Las corridas de toros son el evento más famoso dentro de la tauromaquia, que literalmente significa “lucha contra el toro”, y España era el lugar adecuado para hacerse un nombre.

Juan Alfonso llegó con referencias, pero le fallaron dos personas. Uno debía ir a buscarlo al aeropuerto y nunca llegó. Fueron días duros porque llevó poco dinero.

“Me tocó más de un año trabajar fregando pisos, lavar platos, ser camarero. Pero logré torear por primera vez en un pueblo llamado San Pablo de los Montes. Luego fui a torear a Palma de Mallorca. En 1991 fui el matador de América Latina que más toreó en España y Francia. Fueron 40 tardes ese año”, indica.

Estuvo activo siete años como torero en España, pero dice que se decepcionó del negocio del mundo taurino, donde hay cosas turbias más allá de la arena.
“Yo fui un torero más de arte, quieto, pausando, sin aspavientos, ni gritos, ni arrodillarme”, señala.

No puede faltar la pregunta del millón: ¿Las corridas de toros son un arte o una masacre a los animales?
La respuesta de los amantes es que las corridas no tendrían ningún sentido sin la pelea del toro y sin el riesgo de la muerte del torero. Y dirían a los que se oponen: “¿Por qué no protestan por la muerte de los pollos, de los cerdos, de las vacas, de los pulpos?”. Juan Alfonso ha escuchado comentarios opuestos de los antitaurinos como estos: “Las corridas no son arte. En la corrida lo que ocurre es la muerte verdadera de un animal. El toro es torturado y asesinado”.
Él dice que da su opinión y no se ensarta en discusiones.
Por lo pronto los Dávila esperan que un nuevo miembro de la familia sea torero.



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