La Mona Lisa, el célebre cuadro de Leonardo da Vinci, desapareció del Museo del Louvre en París sin dejar rastro. Vincenzo Peruggia, un exvidriero italiano del museo, perpetró el robo con una planificación meticulosa, desencadenando una investigación que mantuvo en vilo a Francia y al mundo en 1911.
El móvil, una mezcla de nacionalismo y ambición económica, involucró a un argentino, Eduardo de Valfierno, como supuesto cerebro de la operación.
El robo
A las 07:00 horas del lunes 21 de agosto de 1911, el Museo del Louvre, cerrado al público por tareas de mantenimiento, era un hervidero de actividad interna. Nadie sospechó que Vincenzo Peruggia, un italiano de 30 años que había trabajado como vidriero en el museo, caminaba con calma hacia la sala Carré.
Conocía cada rincón del edificio, sus pasillos ocultos y los puntos ciegos de la seguridad. Peruggia, vestido con el delantal blanco de los empleados, descolgó la Mona Lisa, una pintura de 77 x 53 cm creada por Leonardo da Vinci entre 1503 y 1516. Sin levantar sospechas, retiró el cuadro de su marco, lo ocultó bajo su ropa y salió del museo por una escalera secundaria.
Descubrieron el robo de la Mona Lisa
El robo no fue descubierto hasta el mediodía del 22 de agosto, cuando el pintor Louis Béroud notó un espacio vacío en la pared de la sala Carré. Inicialmente, las autoridades del Louvre creyeron que la pintura estaba en restauración o había sido trasladada. Pasaron dos horas hasta que confirmaron lo impensable: La Gioconda, conocida como Mona Lisa, había sido robada.
Las puertas del museo se cerraron, y la Policía de París inició una investigación frenética. La noticia se propagó rápidamente, primero en Francia y luego en el mundo. Esto generó un escándalo que la prensa describió como “una afrenta al orgullo nacional”. El hurto transformó a la Mona Lisa en un fenómeno cultural.
Los curiosos de la Gioconda
Miles de curiosos acudieron al Louvre para ver el espacio vacío en la pared, mientras la prensa publicaba titulares sensacionalistas y teorías conspirativas. Incluso Pablo Picasso, entonces un joven artista, fue interrogado por su posible vinculación con el robo de la Mona Lisa, aunque fue rápidamente descartado. La Policía revisó a más de 1.200 personas, desde empleados del museo hasta coleccionistas, pero las pistas eran escasas.
El misterio se prolongaDurante dos años y tres meses, la MonaLisa permaneció desaparecida, alimentando especulaciones sobre su destino. Algunos creían que había sido destruida; otros, que estaba en manos de un coleccionista privado. La pintura, que ya era valiosa por ser una obra maestra del Renacimiento, adquirió una fama sin precedentes.
Se convirtió en un símbolo
Su ausencia convirtió a La Gioconda en un símbolo cultural, y su imagen comenzó a reproducirse en postales, periódicos y carteles, consolidándola como la pintura más reconocible del mundo. En diciembre de 1913, el misterio comenzó a resolverse. Vincenzo Peruggia contactó al anticuario Alfredo Geri en Florencia, Italia, afirmando que había “recuperado” la Mona Lisa para devolverla a su país.
Peruggia, motivado por un supuesto sentimiento nacionalista, creía erróneamente que la pintura había sido robada por Napoleón Bonaparte. En realidad, Leonardo da Vinci la había llevado a Francia en 1516 para ofrecérsela al rey Francisco I. Geri, al verificar el sello del Louvre en el cuadro, alertó a las autoridades italianas, que arrestaron a Peruggia el 13 de diciembre de 1913.
Detalles de la investigación
Peruggia, aprovechando su experiencia como vidriero, había instalado el cristal protector de la Mona Lisa. Esto le dio un conocimiento privilegiado sobre su ubicación y seguridad. Tras el robo, escondió la pintura en su modesta pensión en París, incluso guardándola en un baúl de doble fondo.
Su plan inicial era llevarla a Italia, pero documentos confiscados por la Policía revelaron una lista de posibles compradores estadounidenses, sugiriendo motivaciones económicas además del nacionalismo.
El argentino en las sombrasLa trama dio un giro inesperado con la aparición de Eduardo de Valfierno, un argentino conocido como “el marqués” en los círculos delictivos.
El cerebro detrás del robo
Según una entrevista publicada en 1932 por el periodista estadounidense Karl Decker, Valfierno fue el cerebro detrás del robo. Su plan no era quedarse con la Mona Lisa original, sino usarla como señuelo para vender seis copias falsificadas a coleccionistas estadounidenses, asegurándoles que eran el original. Para ello, se asoció con Yves Chaudron, un falsificador talentoso, y convenció a Peruggia de ejecutar el robo, apelando a su orgullo nacionalista italiano.
Valfierno, descrito como un estafador carismático, habría ganado millones de dólares con la venta de las falsificaciones antes de que Peruggia intentara devolver la pintura original. Aunque la historia de Decker no está plenamente verificada, documentos históricos sugieren que Valfierno operaba en Europa y América, y su participación añadió una capa de intriga al caso.
Peruggia, por su parte, no mencionó a Valfierno en sus confesiones, lo que ha llevado a debates sobre la veracidad de esta conexión.
Juicio y legado del robo
En 1914, Peruggia enfrentó un juicio en Italia. La Justicia francesa lo condenó a un año y 15 días de prisión, de los cuales cumplió solo siete meses debido a la percepción de su acto como un gesto patriótico en Italia. La Mona Lisa fue devuelta al Louvre el 4 de enero de 1914, tras una exhibición temporal en Florencia y Roma. Su retorno atrajo multitudes, y el museo reforzó su seguridad, implementando medidas que aún hoy protegen la pintura.
El robo transformó a la Mona Lisa en un ícono cultural. Antes de 1911, era una obra admirada por conocedores del arte; después, se convirtió en un símbolo universal, con una popularidad impulsada por la prensa y el misterio del hurto. Según el Museo del Louvre, la pintura recibe más de 10 millones de visitantes al año en la actualidad, y su valor estimado supera los 2.500 millones de dólares, aunque no está a la venta.
Contexto histórico y seguridad en el Louvre
El robo de 1911 expuso las vulnerabilidades del Louvre, que en esa época carecía de sistemas de seguridad modernos. La pintura estaba protegida por un simple cristal y un marco de madera, y la vigilancia dependía de guardias humanos. Tras el incidente, el museo invirtió en cámaras de seguridad y sistemas de alarma, sentando un precedente para la protección de obras de arte a nivel mundial.
En el contexto de 1911, París era un centro cultural en efervescencia, pero también un lugar donde el crimen organizado comenzaba a sofisticarse. El robo de la Mona Lisa, aunque no estuvo ligado a grandes redes criminales, reflejó la audacia de los estafadores de la época. La prensa internacional, como el New York Times y Le Figaro, cubrió el caso con intensidad, alimentando la fascinación pública y consolidando la narrativa de un “crimen perfecto”.
Impacto cultural y lecciones
El robo de la Gioconda marcó un hito en la historia del arte y la seguridad patrimonial. Según el historiador Noah Charney, autor de The Thefts of the Mona Lisa, el incidente “convirtió una obra maestra en un fenómeno global”. La pintura, que representa a una mujer con una sonrisa enigmática, se convirtió en un símbolo de intriga, inspirando libros, películas y teorías sobre la identidad de la modelo, posiblemente Lisa.
El caso también dejó lecciones sobre la importancia de la seguridad en museos. Hoy, la Mona Lisa se exhibe tras un cristal antibalas y bajo vigilancia constante, un contraste con la laxitud de 1911. Además, el robo destacó el papel de la prensa en la construcción de mitos culturales, un fenómeno que resuena en la era digital actual. (27)