No fue la dictadura, ni Italia, ni la tristeza. A Sócrates solo lo venció el alcohol. El resto —la represión, los golpes en la cancha, la exigencia de ser el mejor— lo enfrentó con la elegancia de quien convierte la rebeldía en una forma de belleza. Fue futbolista, médico y, sin proponérselo, revolucionario.
Era un genio de un metro noventa con pies de seda. Pero el fútbol fue apenas un capítulo en la vida de quien se transformó en símbolo, en mito, y —lo más inusual para un futbolista— en líder social. En tiempos oscuros, Sócrates inventó la luz: la Democracia Corinthiana.
Las causas por las que luchó Sócrates
En plena dictadura militar, cuando el miedo y la censura eran rutina, el Corinthians decidió desafiar al poder. “Un hombre, un voto”, propuso Sócrates. Y así, jugadores, utileros y masajistas decidían desde los horarios de entrenamiento hasta el reparto del dinero. Mientras Brasil vivía bajo el mando de los militares, un equipo de fútbol practicaba la libertad. Contra todos los pronósticos, aquel experimento fue un éxito: dos campeonatos paulistas consecutivos y un país que empezó a creer que la democracia podía volver.
Sócrates era el “Doctor” del equipo, médico recibido en la Universidad de São Paulo, pero su verdadera consulta era el vestuario. Allí, junto a Wladimir, Casagrande y el sociólogo Adílson Monteiro Alves, construyó un pequeño laboratorio de revolución. “Ganar o perder, pero siempre con democracia”, decía la bandera con la que salieron al campo en la final de 1983. Y ganaron. El estadio fue un grito, una bandera viva, un pueblo despertando.
El futbolista ciudadano
Su gesto de puño al aire se convirtió en emblema. En cada gol, Sócrates levantaba el brazo y miraba al cielo: no celebraba un tanto, proclamaba una idea. Participó del movimiento “Directas Ya”, que luchó contra la dictadura para que Brasil recuperara la forma de gobierno electoral. En ese sentido, se valió del poder del fútbol para denunciar las injusticias que sucedían en el país. Dijo que no quería ser ídolo, sino ciudadano. Que no jugaba para ganar, sino para que no lo olvidaran.
Cuentan que, cuando alguien le preguntaba sobre las tácticas para el siguiente partido, o dónde jugaría en el campo, o las características del rival, él respondía rápido y luego hablaba del sistema de salud, de educación o de la necesidad de mejores salarios.
Sócrates reconoció que siempre sintió que esa era su obligación: “La gente me dio el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos. Si yo estuviera del otro lado, del lado de la gente, no habría nadie que escuchara mis opiniones”. En 1984 puso punto final, de forma eventual, a su aventura en Brasil y se fue a Italia. Sócrates firmó una mala temporada con la Fiorentina, y al año siguiente regresó a su país natal. Pasó por Flamengo y Santos antes de colgar los zapatos en 1989.
Su paso por la selección
Si en el Corinthians hizo historia, con la selección de Brasil no fue menos. En el Mundial de España ’82 deslumbró con un juego que no obtuvo la recompensa que merecía: cayeron ante Italia por 2-3 en la segunda fase. Cuatro años más tarde, en México, capitaneó a un equipo de mágico—Zico, Cerezo, Éder, Falcão— que maravilló con el fútbol alegre y técnico del jogo bonito. Sócrates, con su paso elegante y su inteligencia táctica, corría con la cabeza alta.
Sus pases de tacón eran únicos: un hueso dislocado en el pie le daba una fuerza peculiar a cada toque. “No soy un atleta. Soy un artista del fútbol”, así se definía Sócrates. El Doctor siguió buscando causas: grabó discos, escribió libros, apoyó a Lula y soñó, hasta el final, con una sociedad más justa. Sin embargo, la adicción al alcohol fue minando su cuerpo y su fuego interior.
El día de su muerte
El 4 de diciembre de 2011, el Estadio Pacaembú se detuvo. Los jugadores del Corinthians, campeones ese día, alzaron el puño al cielo. Sócrates Sampaio de Souza Vieira de Oliveira acababa de morir. Tenía 57 años. Su último deseo se había cumplido: morir un domingo con el Corinthians campeón.
En ese instante, el tiempo se suspendió. La multitud levantó el brazo derecho, y el gesto del “Doctor” se hizo eterno. Fue un hombre que entendió que la pelota también podía ser un acto político. Murió Sócrates, pero la Democracia Corinthiana sigue viva en cada puño alzado, en cada gol que se celebra mirando al cielo.