Toda carta empieza con un saludo de cortesía, pero no esperes eso de mí. Si te tuviera de frente, te escupiría en la cara. Miento, no quiero que mi saliva se ensucie.
Te golpearía hasta que pierdas la conciencia. No te rías, asústate, nací en el campo y a mis 50 años todavía soy una mujer fuerte como un toro.
Otra vez miento. He perdido la fuerza de pelear y vivir. Tú eres el culpable.
No sé cómo es tu rostro o tu voz. Si tienes 20 o 27 años. No sé si tus piernas son flacas o eres barrigón.
No sé de qué color son tus ojos. Tu nombre. No sé nada de ti, pero, ah, de quién te puedo contar es de mi hijo.
Se llamaba Diego, tenía 25 años, su comida favorita era el seco de gallina, era hincha de Barcelona, tomaba poco.
Bailaba muy bien merengue y le gustaban las canciones de Vicente Fernández, dicen que cantaba igualito que él.
La carta para el sicario de Diego
Mi hijo era lindo. Ya sé que toda madre dice lo mismo, pero de verdad lo era. Su mirada era profunda y su risa enamoraba.
Heredó la risa del padre. Con esa risa ese hombre me conquistó a los 20 años. Eso sí, reconozco que mi hijo era terco, fue su principal defecto.
Diego se iba a casar en un año con su novia de toda la vida. Ambos trabajaban en la misma empresa.
Hacían una linda pareja. Si te cuento todo esto es para preguntarte por qué lo mataste. No te hizo nada.
Él solo estaba conversando con sus amigos del barrio. Se conocían desde niñitos y fueron a la misma escuela. Esa tarde apareciste con otro sicario en una moto y empezaste a disparar.
Dicen que buscaban a uno, pero que a ustedes les valió madre todo. Atacaron sin mirar nada. Ese día mataste de dos tiros, uno en el estómago y otro en la cabeza a mi hijo.
Cuando en el hospital me dijeron que mi Diego estaba muerto. Ese día yo morí con él.
Estoy muerta en vida gracias a ti. Por 400 o 500 dólares arruinaste a una familia. ¿Cuánto te pagaron exactamente? ¿Cuánto cuesta una vida?
Tres veces por semana voy al cementerio y lloro. Sueño con él y lloro. Recuerdo su risa. Sueño que llega y me besa en la frente.
Tengo su ropa guardada; mi marido y mis otros hijos me dicen que la regale. Yo no quiero, no puedo. Solo han pasado cuatro meses desde que acabaste con él.
Voy a contarte lo que soñé anoche. Mi Diego estaba vestido de blanco y me dijo “mamá, ya déjame ir”, y yo le respondí que no. No estoy preparada.
Entiéndeme: yo lo parí y lo vi crecer. No tengo más que decirte, espero que la vida y Dios se encarguen de cobrarte la cuenta.
La presente carta se la escribió una madre de familia mantense y va dirigida al sicario que hace cuatro meses mató a su hijo, Diego.