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José Antonio busca a su familia, no los ha visto desde hace 19 años y mientras lo hace no tiene a dónde ir. Él duerme en un cementerio.

Tenía apenas cinco años cuando sus familiares lo fueron a dejar a una casa hogar. Han transcurrido 19 años de aquello.

Recién había muerto su mamá, y sus hermanas no tenían maneras de  cuidarlo porque él sufría de ataques similares a la epilepsia.

Una enfermedad que  ha tenido que ‘cargar’ durante su infancia, adolescencia y juventud. Así lo relata José Antonio, ahora de 24 años de edad.

De caminar lento, con ropa ligera y una mochila azul, pasa deambulando por las calles de Santo Domingo.

Mientras camina pide comida, algún trabajo y hasta alguna moneda para lograr sobrevivir en la selva de cemento.

Contó que creció en dos casas de acogida para niños. Una de esas está en Santo Domingo y la otra en Quito.

José Antonio solo anhela encontrar a su familia

Cuando cumplió la mayoría de edad, le dijeron que debía salir del ‘refugio’ en el que aún conserva sus recuerdos de infancia.

Tenía que ir a la calle, a buscar a su familia. Antes de que pisara la puerta de la casa hogar donde estaba, le mostraron fotos de un familiar, de un tío.

Desde aquel momento han pasado seis años, y José Antonio aún no da con su familiar, quien supuestamente vivía en Puyo.

José Antonio no tiene a dónde ir, expresa que no conoce a ningún pariente donde pueda llegar.

Deambulaba por la terminal terrestre. Esa era su casa. Su techo, su cama. “Los guardias me dijeron que estaba prohibido dormir ahí y ya no podía ir más”, refiere.

 Cree que en Santo Domingo también tiene familia. En una ocasión viajó a Rocafuerte, Manabí, donde le dijeron que supuestamente tenía familiares. También llegó a Manta.

Sin embargo, se aferra a Santo Domingo, ya no en la terminal, sino en el cementerio. Allí es donde duerme.

“En el que está frente a la Policía, pasó en el bloque nueve, cerca al anillo vial, pero ya me han dicho que no puedo ir”, añade con algo de preocupación.

El hombre, de 24 años, afirma que una de las razones que lo llevaron a descansar en el frío y oscuro cementerio fue para evitar que le robaran sus cosas; “ahí es más seguro”.

Se acuesta en el piso, “no tengo con qué arroparme, ni colcha… Ya no quiero estar aquí sufriendo, aguantando frío y que me falte la comida”, expresa con impotencia.

Su problema de salud lo ha hecho darse a conocer en el ECU-911.

Ya perdió la cuenta de las veces que cae al suelo, convulsiona y las personas que en ese momento están cerca llaman a la línea de emergencia a pedir auxilio. En los hospitales también lo conocen.

Necesita medicamentos para poder controlar sus ataques y no siempre en los hospitales se lo facilitan.

Ha solicitado ayuda en el Ministerio de Inclusión Económica y Social para que le ayuden a sacar el carné de discapacidad y cobrar un bono.

Al joven también lo han visto en las afueras de las iglesias; recibe dinero, limosna. Un tiempo vendía fundas de caramelos, pero un día le robaron.

“Ya no sé qué hacer, estoy preocupado, ya no puedo estar así”, expuso.

José Antonio dice que, a pesar de su situación, lo que más quiere es encontrar a sus hermanas, a quienes aún recuerda y quiere volver a ver.