Hace 25 años, Manabí dio un paso histórico: aprobar la autonomía provincial.
Fue un hecho que despertó ilusiones, que hizo pensar que por fin íbamos a decidir nuestro futuro desde aquí y no desde Quito. Pero los intereses políticos de esa época se encargaron de frenar todo; como suele pasar, los cálculos y las ambiciones pesaron más que las aspiraciones de un pueblo entero.
Hoy, el centralismo sigue acumulando decisiones en la capital y las provincias deben conformarse con lo que “les mandan”; por eso, es momento de retomar aquella lucha. Manabí tiene todo para ser líder en la descentralización, tiene historia, recursos, capacidad y, sobre todo, gente que no se rinde. Lo que falta es que nuestras autoridades, políticos, gremios y líderes de opinión hablen con una sola voz, porque mientras discutimos entre nosotros, el centralismo aplaude.
Descentralizar no significa dividir al país, significa hacerlo más fuerte. Se trata de que los problemas se resuelvan donde ocurren, sin esperar meses por una firma que a veces se queda olvidada en un ministerio. Se trata de que los recursos lleguen a tiempo y de que las decisiones se tomen cerca de la gente. En resumen: menos papeles en Quito y más soluciones en Manabí.
El país necesita que alguien lidere esta batalla. ¿Y quién mejor que Manabí, que ya dio el primer paso hace un cuarto de siglo? Esta vez no podemos permitir que las aspiraciones se hundan en intereses políticos. Es hora de levantar la voz, de unirnos y de convencer al Ecuador entero de que la descentralización no es un lujo, es una urgencia. Porque si no decidimos por nosotros mismos, otros seguirán decidiendo por nosotros. Y ya sabemos cómo termina esa historia, con promesas que nunca llegan y con oportunidades que se escapan.