Pedro Schumacher: el obispo que quiso gobernar Manabí y fue derrotado por la Revolución Liberal

Pedro Schumacher, obispo alemán de Portoviejo, enfrentó la Revolución Liberal, dejando un legado controversial hasta su exilio y muerte en 1902 en Colombia.
Pedro Schumacher se opuso firmemente al liberalismo alfarista, que buscaba cambios estructurales en Ecuador.
Pedro Schumacher se opuso firmemente al liberalismo alfarista, que buscaba cambios estructurales en Ecuador.
Pedro Schumacher se opuso firmemente al liberalismo alfarista, que buscaba cambios estructurales en Ecuador.
Pedro Schumacher se opuso firmemente al liberalismo alfarista, que buscaba cambios estructurales en Ecuador.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

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Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

A finales del siglo XIX, un sacerdote alemán llegó a Manabí con la intención de establecer un “reino de fe”. Eran tiempos en los que se debatía entre la espada del liberalismo y el rosario del conservadurismo. Su nombre era Pedro Schumacher, y durante una década fue más que un obispo: fue juez, educador, militar y político. En 1895, con la Revolución Liberal de Eloy Alfaro, su poder se derrumbó.

Nacido el 14 de septiembre de 1839 en Kerpen, Alemania, Schumacher creció en una familia de agricultores y pronto se inclinó por la disciplina y la vida religiosa. Tras un intento fallido de estudiar farmacia, se formó como sacerdote en la Congregación de la Misión en París, donde fue ordenado en 1862. Sus primeros pasos lo llevaron a Chile, donde trabajó como capellán y maestro hasta que la bronquitis lo obligó a regresar a Europa.

Volvió a América, esta vez a Ecuador. En 1872, asumió la dirección del Seminario de Quito y, con pico y pala en mano, ayudó a construir un nuevo edificio. Allí ganó fama de hombre austero y combativo, al punto de ser llamado “el espíritu de García Moreno”, en alusión al presidente que había soñado con un Ecuador católico.

Portoviejo: un obispo con poder de caudillo

En 1885, ya obispo de Portoviejo, Schumacher encontró una diócesis empobrecida y sin clero. Con energía misionera, multiplicó sacerdotes, fundó seminarios y creó publicaciones que circularon incluso fuera del país. Pero pronto su labor pastoral se entrelazó con la política: gracias al presidente Plácido Caamaño, se convirtió en una autoridad por encima del gobernador de Manabí. Su influencia se expandió tanto que no pocos lo veían como un caudillo con sotana.

La imprenta se volvió su espada: desde ella denunció al liberalismo, excomulgó a periodistas y cuestionó libros de historia. En 1890 publicó un ensayo donde dividía a los gobiernos entre “cristianos” y “ateos”, frase que reflejaba la radicalidad de su pensamiento.

La Revolución Liberal: la caída del obispo-soldado

El 5 de junio de 1895, la Revolución Liberal estalló en Guayaquil. En Manabí, Schumacher sintió que el suelo le ardía bajo los pies. El 15 de junio lanzó su última Carta Pastoral, acusando al liberalismo de enemigo de Dios. Días después, se unió a las tropas conservadoras y, fusil en mano, marchó con el Batallón Cuarto de Línea.

La resistencia fue breve. Derrotado el conservadurismo, Schumacher huyó a Quito y, finalmente, cruzó la frontera hacia Colombia, donde continuó la lucha desde el exilio. Su figura, mitad obispo y mitad guerrillero, se convirtió en símbolo de un tiempo en que la iglesia y la política eran inseparables.

Entre santidad y controversia de Pedro Schumacher

Instalado en Samaniego, publicó libros contra el liberalismo y organizó batallones católicos en la Guerra de los Mil Días en Colombia que enfrentó al Partido Liberal y el Partido Conservador. En julio de 1902, mientras atendía a enfermos en una epidemia de tifus, se contagió y murió el 15 de julio. Fue enterrado en la iglesia local, lejos de la tierra manabita donde había dejado su huella más profunda.

El legado de Pedro Schumacher es ambivalente: fundó seminarios, consolidó la iglesia en Manabí y dejó un vasto archivo de publicaciones, pero también persiguió opositores y excomulgó a quienes desafiaban su autoridad. El periodista Manuel J. Calle lo describió como un hombre que quiso ser jefe espiritual, político y patriarca.

Años después, hubo intentos de canonizarlo, aunque sin éxito. Su nombre aún divide opiniones: para algunos, un obispo entregado en cuerpo y alma a la Iglesia; para otros, un caudillo religioso derrotado por la marea liberal que no entendió que las normas ya no las imponía la religión.

 

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