De la palabra advocatus nace lo que ahora conocemos como abogado.
Desde la época romana y griega se llamaba advocatus a quienes se les pedía auxilio para que interpretaran y aconsejaran lo que decía en aquella época la costumbre ante la ausencia de leyes escritas y promulgadas como ahora conocemos. En nuestro país, como casi en todos los del mundo, los abogados se asocian y logran inscribirse para poder ejercer la profesión en lo que son los colegios de abogados y estos en las federaciones nacionales de abogados.
Estas instituciones han promulgado los principios y valores éticos que deben cuidar y valorar la conducta de los abogados y llenarlos de honestidad, lealtad, diligencia, confidencialidad, entre otras virtudes, como también el respeto y amor a la justicia y lograr una real y honesta defensa de los derechos de las personas. Pero también proporcionar a sus afiliados una permanente preparación y actualización de leyes.
Leía el artículo en El Diario de Franklin Izurieta y me apenaba mucho cuando descubría lo que pasa en el Colegio de Abogados de Manabí. Nuestras instituciones se han creado para la inscripción de nuestros títulos y poder ejercer la profesión, prepararnos y actualizarnos con las leyes, incentivar el deporte con sus torneos y, especialmente, fraternizar entre los colegas y sus familias.
Les cuento que una vez miles de abogados llegaron a las urnas ubicadas en los bajos del Palacio de Justicia de Guayaquil y tuve el honor de ser elegido presidente del Colegio del Guayas. Un bahieño y montuvio manabita que era elegido por primera vez para presidir una de sus instituciones más honrosas, que ha sido presidida por notables juristas guayaquileños y hasta expresidentes del país. Luego me eligieron vicepresidente de la Federación Nacional de Abogados y, por último, al regresar a mi tierra, presidente de la Asociación de Abogados en Bahía de Caráquez, donde tuvimos la oportunidad de invitar y recibir a maestros del derecho, los doctores Jorge Zavala Baquerizo, José Santos Rodríguez, Alfonso Zambrano Pasquel y otros que, junto a los abogados, ministros y jueces de la Corte de Manabí, mantuvimos grandes jornadas académicas en el Bahía Yacht Club.
Ustedes saben que no es muy simpático hablar o escribir en primera persona, pero creo necesario recordar lo que viví en mi vida clasista para exteriorizar a mis colegas manabitas que encuentren el camino más idóneo para que se tranquilicen las aguas y el Colegio de Abogados encuentre el rumbo que se merece en honor al respeto que debe ganarse y tener ante la sociedad toda. Entonces, ahora en el siglo 21, gritemos todos “advocatus, advocatus, advocatus”, llamado en ayuda y que aparezcan los nobles y solidarios colegas para mantener el buen rumbo y prestigio que merece el Colegio de Abogados de Manabí. Esto es lo que nos merecemos, nada más, no lo duden.