Robert Oppenheimer, el físico estadounidense que lideró el Proyecto Manhattan, marcó un hito en la historia al desarrollar la primera bomba atómica, un arma que puso fin a la Segunda Guerra Mundial pero desató una era de incertidumbre nuclear. Su papel en la creación de esta tecnología, probada con éxito el 16 de julio de 1945 en el campo de pruebas de Trinity, lo convirtió en una figura central de la ciencia moderna, pero también en un hombre atrapado por las consecuencias éticas de su trabajo.
El Proyecto Manhattan, iniciado en 1942 bajo la dirección de Oppenheimer, reunió a las mentes científicas más brillantes de la época en un laboratorio secreto en Los Álamos, Nuevo México. El objetivo era claro: desarrollar un arma nuclear para contrarrestar la amenaza del Eje durante la Segunda Guerra Mundial. La prueba de Trinity, realizada en el desierto, confirmó el éxito del proyecto con la detonación de “Gadget”, la primera bomba atómica, marcando un antes y un después en la historia militar y científica.
Oppenheimer, un prodigio
Nacido en Nueva York en 1904, Oppenheimer era un prodigio académico. Hijo de inmigrantes judíos alemanes, se graduó con honores en Harvard, estudió física teórica en Cambridge y se doctoró en la Universidad de Gotinga a los 23 años. Su trabajo académico avanzó la teoría cuántica, prediciendo fenómenos como el neutrón y los agujeros negros. Además, su interés por las causas progresistas lo convirtió en una figura multifacética, admirada por colegas y respetada por su capacidad para inspirar.
El laboratorio de Los Álamos, sugerido por Oppenheimer debido a su amor por el suroeste estadounidense, se convirtió en el epicentro de una carrera contra el tiempo. Bajo su liderazgo, miles de científicos trabajaron en un ambiente de entusiasmo y desafío, como describió el físico Victor Weisskopf, quien destacó la presencia constante de Oppenheimer en cada paso del proceso. Este esfuerzo culminó en las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945, que causaron al menos 110.000 muertes y devastaron ambas ciudades.
El horror de la bomba
Aunque Oppenheimer formó parte del comité que recomendó el uso de la bomba contra Japón, su postura fue ambivalente. Creía que el arma podía forzar la rendición japonesa y evitar una invasión terrestre costosa, pero también abogó por limitar su uso a objetivos militares. Tras los bombardeos, expresó horror por la pérdida de vidas civiles y preocupación por el futuro de las armas nucleares. En una carta al Secretario de Guerra, advirtió que la seguridad nacional no podía depender solo de avances científicos, sino de prevenir futuras guerras.
La noche del bombardeo de Hiroshima, Oppenheimer fue aclamado en Los Álamos, pero su comentario de que lamentaba no haber terminado la bomba a tiempo para usarla contra Alemania reflejaba un sentimiento inicial de triunfo. Sin embargo, su perspectiva cambió con el tiempo. Durante la Guerra Fría, se opuso al desarrollo de la bomba de hidrógeno y abogó por usos pacíficos de la energía nuclear, lo que lo enfrentó a sectores políticos estadounidenses.

En 1954, durante el auge del comunismo, la Comisión de Energía Atómica revocó su autorización de seguridad, acusándolo de simpatías comunistas. Esta decisión, basada en una investigación considerada defectuosa, no fue revertida hasta 2022, cuando el gobierno reconoció irregularidades en el proceso. La medida marcó un punto de inflexión en su carrera, alejándolo del servicio público.
Sus últimos años
Oppenheimer dedicó sus últimos años a promover la ética en la ciencia. Fundó la Academia Mundial de las Artes y las Ciencias y dio conferencias hasta su muerte en 1967. Su legado, como señala el historiador Alex Wellerstein, no encaja en categorías simples. Aunque defendió el Proyecto Manhattan como necesario para comprender la ciencia nuclear, su oposición a la proliferación nuclear y su reflexión sobre el “pecado” de los físicos lo convirtieron en una figura compleja.
El impacto de Oppenheimer trasciende su tiempo. La bomba atómica no solo alteró el curso de la Segunda Guerra Mundial, sino que inauguró una era de tensión nuclear que aún define la geopolítica. Sus esfuerzos por promover la disuasión nuclear y explorar aplicaciones pacíficas de la tecnología nuclear reflejan un intento de equilibrar los avances científicos con la responsabilidad moral. (10)