Los sucesivos gobiernos vienen ofertando salidas a este alienante fenómeno social que lacera el alma, porque las cifras que lo definen en nuestro acongojado país son francamente vergonzantes,.
No se compadecen con la inmensidad de recursos de nuestro territorio, con capacidad para producir alimentos de calidad, suficientes para abastecer los inmediatos requerimientos y provocar excedente para la exportación.
Según una encuesta del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), con la asesoría y acompañamiento de entidades internacionales como Unicef, Cepal, OPS, FAO, Banco Mundial y BID, el 1 % de niños menores a dos años padecen de desnutrición crónica infantil (DCI), siendo más grave en los infantes campesinos de la serranía, donde se eleva al 27,7 %. Las provincias con mayores parámetros de desnutrición, que son también de pobreza, se evidencian más en las provincias de Chimborazo (35 %), Bolívar (30,3 %) y Santa Elena, con el 29,8 %. Con estos datos, Ecuador se ubica en el cuarto lugar de Latinoamérica con ese aberrante índice, luego de Honduras (19,9 %), Haití (20,4 %) y Guatemala (42,8 %).
Esas cifras son aterradoras, deben mover inmediatas correcciones a través de programas concretos, aprovechando el financiamiento internacional y la gran apertura para afrontarlos por parte de la exitosa empresa privada nacional, dentro de una gran movilización en que los entes públicos sean impulsores y cedan la realización práctica a las comunidades, a las entidades educativas, que serían las ejecutoras de proyectos pequeños y prácticos de sembríos en las ciudades y, con mayor razón y facilidades, en el campo.
Los beneficiarios de bonos de pobreza deberían dirigirlos en buena parte a la siembra de todo tipo de hortalizas —son de ciclo corto— y a ciertos frutales, que son fuentes de vitaminas y minerales que en poco tiempo transformarían la alta pobreza en bienestar. Se ha descubierto que ciertas hortalizas son también fuente de proteínas vegetales como las lentejas, garbanzos y frejoles, siendo la provincia de Manabí muy propicia para el sembrío comercial de fréjol de palo o gandul, con muy buen nivel proteínico.
Los huertos urbanos o rurales son una práctica respuesta sencilla, fácil y económica para proveer alimentos que cubran las necesidades diarias de niños y adultos. Solo requieren voluntad y decisión de emprenderlos. Estamos seguros de que el recién nombrado director regional del MAG en Manabí, Ing. Galo Naula Merizalde —cuya designación celebramos—, es un joven pero experimentado cultor del campo, que sabrá hacerlos realidad.