Manta en el cielo: tres vuelos que marcaron su historia en sus 102 años

En más de un siglo, Manta ha sido testigo de tres vuelos memorables: el primer hidroavión de 1922, que trajo la modernidad; un aterrizaje equivocado en los años 50, convertido en anécdota; y la tragedia del vuelo 406 de Millon Air en 1996, que dejó una herida imborrable. Cada uno refleja un capítulo único en la relación de la ciudad con el cielo.
De izquierda a derecha: Ceccovilli, Campagnoli y Lodi, con el hidroavión Macchi M.18 al fondo (fotografía de 1922).
De izquierda a derecha: Ceccovilli, Campagnoli y Lodi, con el hidroavión Macchi M.18 al fondo (fotografía de 1922).
De izquierda a derecha: Ceccovilli, Campagnoli y Lodi, con el hidroavión Macchi M.18 al fondo (fotografía de 1922).
De izquierda a derecha: Ceccovilli, Campagnoli y Lodi, con el hidroavión Macchi M.18 al fondo (fotografía de 1922).

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

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Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

En poco más de un siglo, tres vuelos han quedado tatuados en la memoria de Manta. Uno fue una proeza, otro una anécdota con ribetes de comedia involuntaria, y el último, una tragedia con tintes de pesadilla.

Un pájaro de metal en la playa de Manta

Domingo 10 de septiembre de 1922. A la una de la tarde, los cerca de cuatro mil habitantes de Manta detuvieron sus quehaceres, levantaron la vista al cielo y quedaron perplejos. Sobrevolando el litoral apareció lo que muchos apenas podían imaginar: un avión. Era el Macchi M18, un hidroavión con flotadores en lugar de ruedas, que descendió y se posó en la playa donde hoy se levanta el Parque Central.

Era la primera vez que un avión tocaba suelo mantense. La nave, donada por la Colonia China a la Armada Nacional, venía desde Guayaquil y llevaba a bordo al piloto italiano Emanuele Campagnoli, al observador Ettore Lodi y al mecánico Bruno Ceccovilli. Aquella tarde, Manta se convirtió en testigo de la modernidad surcando los cielos.

La emoción fue tal que, como registra una crónica de la época, “por la noche se efectuó un aristocrático baile en casa del señor José B. Escobar” en honor a los aviadores. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, el hidroavión despegó llevando cartas de los mantenses para sus familiares en Guayaquil. El correo aéreo había llegado a la naciente ciudad.

El aterrizaje equivocado (años 50)

Avancemos tres décadas. La escena, esta vez, no tiene el glamour del baile aristocrático, pero sí el desconcierto de lo insólito. A comienzos de los años 50, una avioneta con dos tripulantes sobrevoló el cielo de La Ensenadita y San Juan. El piloto, probablemente desorientado, confundió el cauce seco del río Manta con la pista del aeropuerto.

Y aterrizó allí mismo. Los curiosos que se agolparon para ver el aparato —muchos por primera vez en su vida— confirmaron con los pilotos que, efectivamente, estaban perdidos. Tras intercambiar algunas palabras, los tripulantes volvieron a despegar y esta vez sí aterrizaron donde debían. Así lo relata Ramón Chávez en su libro Manta en la historia, rescatando uno de esos episodios que parecen sacados de una película cómica de la aviación.

La noche más oscura (1996)

Pero no todos los vuelos en la historia de Manta han terminado en festejo o anécdota. El 22 de octubre de 1996, a las 22:40, el cielo se volvió infierno. El vuelo 406 de Millon Air, un Boeing 707-323C cargado de flores y pescado con destino a Miami, se precipitó segundos después de despegar. El avión perdió altura tras una falla de motor y se estrelló contra la iglesia de La Dolorosa.

Murieron los cuatro tripulantes a bordo y otras 30 personas en tierra, y hubo más de 50 heridos y decenas de casas destruidas, incluida la iglesia. Fue el accidente aéreo más trágico en la historia de la ciudad. Una investigación posterior reveló que la empresa Millon Air, con sede en Miami, tenía un preocupante historial de violaciones en mantenimiento, con más de 49.000 dólares en multas desde 1984 y un accidente fatal el año anterior.

Tres vuelos. Uno celebró el progreso, otro se convirtió en leyenda urbana y el último dejó un vacío en la comunidad. Cada uno, a su manera, forma parte del mosaico que cuenta cómo Manta ha mirado —con asombro, risa o dolor— al cielo. Porque a veces, lo que llega desde las alturas no se olvida jamás.

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