Cada mañana, antes de que el sol caliente en Portoviejo, un grupo de hombres se reúne en la esquina de las calles Córdova y Ricaurte. La acera y el portal de esta calle es la oficinas de un grupo de trabajadores.
Hay electricistas, plomeros, cerrajeros y uno que otro albañil.
José Arteaga, tiene 66 años y en los últimos 25 años ha llegado a esta esquina todos los días para ofrecer sus servicios como electricista. Llega temprano, con sus herramientas, esperando que alguien lo elija para un trabajo. «Estoy aquí desde las siete y media, hasta las cinco si es necesario», dice con serenidad. Para cumplir su horario, debe realizar doble jornada: de 07h30 a 12h30 y de 13h30 a 17h00.
Medio ciclo en el mismo sitio
Allá por el año 2000, que Arteaga llegó por primera vez a esta calle a ofrecer sus servicios como electricista, eran más de 20 personas las que hacían «oficina» en esa esquina. Ahora, quedan cerca de diez personas, porque algunos de ellos ya han fallecido.
Los primeros trabajadores en llegar a esta calle, lo hicieron hace más de 50 años y todavía queda uno de ellos.
Diógenes Moreira, recuerda que en esos años se agrupaban en la misma calle, pero donde actualmente está el edificio del Cuerpo de Bomberos. En su caso llegó muy jóven y ya han transcurrido 35 años. «Cuando llegué era un pelado», expresa Moreira, quien ofrece sus servicios como plomero. Dice que ha visto partir a varios de sus compañeros: Palmita, el Cholo, Párraga, Burbay y otros más que ya no están y que fueron parte de los primeros.
«Si quiera unos 20 compañeros se han ido», expresa Moreira, quien dice ser la última generación que llegó.
Ni el terremoto detuvo su trabajo
Para ellos, esa esquina es más que un punto de encuentro. Es una oficina al aire libre, que sobrevive gracias a la dignidad del trabajo manual. «Nos pueden encontrar aquí, llueva o truene«, señala Moreira, y menciona que ni el terremoto del 2016 detuvo su trabajo, aunque la pandemia (2020) sí lo hizo.
Los trabajadores coinciden que los tiempos han cambiado y hay pocos trabajos. De hecho, hay semanas que nadie los contrata pese a que ofrecen su servicios por hora, diario, o el tiempo que las personas lo requieran. El precio por su trabajo depende del daño que tengan que reparar y va desde los 5 dólares.
En esa esquina no hay jefe, pero sí una organización que sigue activa.