En la bulliciosa Peatonal 3 de Julio de Santo Domingo, Ecuador, un hombre llamado Sandoval, de 43 años, conmueve con su historia de superación. Llegó desde Colombia hace siete años, tras un accidente laboral que le cambió la vida. A pesar de no tener brazos, Sandoval se desplaza en una silla de ruedas eléctrica y vive con dignidad, ganándose la vida en la calle.
Un comienzo difícil
Sandoval nació cerca de Medellín, en el Urabá colombiano. Un accidente laboral, al caer de un techo mientras instalaba tejas, le hizo perder los brazos. Tras el accidente, se sintió abandonado por su familia y amigos. Decidió entonces buscar una nueva vida en Ecuador. Con una silla de ruedas vieja y la lástima de la gente, cruzó la frontera. Pero no se rindió. Con donaciones y monedas, compró una silla automática y regresó a Ecuador, donde dice sentirse en casa.
La lucha diaria en Santo Domingo
Sandoval ha recorrido todo el país, pero se estableció en la ciudad de Santo Domingo. Vive en hoteles, uno diferente cada vez, porque no le arriendan casas. «Les da vergüenza que un discapacitado no cumpla», explica. Paga diariamente por su habitación y por quien lo ayuda a asearse. En la calle, pide monedas. «Cinco centavos, lo que les nazca del corazón», dice. Antes vendía dulces, pero dejó de hacerlo tras ser víctima de billetes falsos. Ahora ofrece bendiciones.
Desafíos en su camino
La vida de Sandoval no es fácil. Ha sufrido robos, ataques y caídas. Pero sigue adelante. Encuentra en el transporte público ecuatoriano un aliado, especialmente por la tarifa reducida para personas con discapacidad. Sin embargo, se enfrenta a la discriminación de algunos taxistas. Su familia, dos hijos en Colombia, no mantienen mucho contacto con él.
La resiliencia de Sandoval
Sandoval no se queja. «Respiro», dice con firmeza. Prefiere ver el lado positivo de la vida y valora lo que tiene. Su sueño es obtener la cédula ecuatoriana, un bono y un terreno para construir su hogar. A pesar de las dificultades, Sandoval sigue adelante, bendiciendo a quienes lo escuchan.
La gente lo llama «mochito», pero él ríe. No tiene amigos, pero sí amistades. «Un abrazo me hace feliz», asegura. En su silla de ruedas, entre el bullicio de la ciudad, Sandoval sigue adelante. «Si yo no me rindo, que no tengo nada, ¿por qué te rindes tú, que lo tienes todo?», reflexiona.