Los inhibidores de la bomba de protones (IBP), también conocidos como “protectores del estómago”, se encuentran entre los medicamentos más recetados en el mundo. Estos se usan para tratar condiciones como la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE), las úlceras gástricas y la acidez estomacal. Sin embargo, un nuevo estudio internacional publicado en la revista LabMed Discovery advierte que su uso prolongado puede tener consecuencias serias para la salud.
La revisión fue elaborada por investigadores de India y Emiratos Árabes Unidos, quienes analizaron la literatura científica existente sobre los efectos secundarios a largo plazo de estos fármacos. Entre los hallazgos más preocupantes se encuentran asociaciones con infecciones, trastornos renales, óseos, metabólicos y neurológicos.
Problemas más allá del estómago: los riesgos ocultos de los IBP
El estudio encontró que el uso crónico de estos medicamentos altera significativamente el microbioma intestinal y reduce la función natural del ácido gástrico como barrera. Esto puede facilitar la colonización de bacterias dañinas, como Clostridium difficile, además de aumentar el riesgo de infecciones respiratorias como la neumonía.
Además, los investigadores identificaron un mayor riesgo de fracturas óseas. Esto se debe a la malabsorción de calcio y a la alteración del canal TRPM6/7, que influye en la remodelación ósea. En otras palabras, los IBP podrían debilitar los huesos si se toman durante periodos prolongados sin supervisión médica.
Afectaciones en riñones, metabolismo y salud mental
La revisión también establece un vínculo entre el uso excesivo de IBP y enfermedades renales como la nefritis intersticial aguda y la enfermedad renal crónica (ERC), así como calcificaciones vasculares asociadas a bajos niveles de magnesio (hipomagnesemia).
En el plano metabólico, el estudio encontró una mayor incidencia de diabetes tipo 2 y síndrome metabólico entre los usuarios crónicos, probablemente como consecuencia de la alteración del metabolismo del magnesio y la interferencia con la vía del óxido nítrico.
Incluso se menciona una posible relación entre el uso prolongado de estos medicamentos y el desarrollo de demencia. Esto se debería a la acumulación de beta amiloide en el cerebro, la deficiencia de vitamina B12 y una reducción en la síntesis de acetilcolina, neurotransmisor clave para la memoria y el aprendizaje.
¿Por qué se siguen recetando tanto los IBP?
Aunque los IBP son muy eficaces para tratar trastornos digestivos, los autores señalan que su uso está sobredimensionado en la práctica clínica. Citan estudios que indican que entre el 50% y el 90% de los pacientes hospitalizados los reciben sin una indicación clara o justificada.
Esta sobreprescripción masiva contribuye a que muchas personas los consuman por años sin un seguimiento médico adecuado, lo que incrementa el riesgo de sufrir los efectos adversos mencionados.
Recomendaciones médicas y alternativas más seguras
Ante este panorama, los investigadores recomiendan limitar el uso de IBP a tratamientos cortos de entre 4 y 8 semanas, especialmente en casos de reflujo o úlceras gástricas. Para quienes requieren un tratamiento más prolongado, se sugiere realizar controles periódicos de magnesio, vitamina B12 y función renal.
También proponen considerar alternativas como los bloqueadores H2, que tienen un perfil de seguridad distinto. O aplicar cambios en el estilo de vida —como la dieta, el ejercicio y la postura al dormir— que pueden aliviar los síntomas sin necesidad de medicación permanente.
Uso racional y seguimiento médico: claves para evitar complicaciones
Los autores de la revisión hacen un llamado a médicos y pacientes para que usen los IBP con precaución, considerando siempre el balance entre beneficios y riesgos. Recomiendan una evaluación personalizada antes de iniciar o continuar estos tratamientos. También destacan la necesidad de más investigación sobre alternativas terapéuticas y los mecanismos que explican estos efectos secundarios.
En definitiva, aunque los “protectores gástricos” pueden ser aliados efectivos para tratar problemas digestivos, su uso sin control ni supervisión médica puede convertirse en una fuente silenciosa de nuevas enfermedades.